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FIGURAS DE ESTE MUNDO

Los de corazón limpio

“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. Por encima de la contaminación de los impuros, Dios crea el medio perfecto para transformar al pecador en un ser puro y limpio capaz de ver, un día, su divino rostro. Así como el salmista David clamó al Señor: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio”, así debemos rogar nosotros si anhelamos la dicha de mirar a Dios cara a cara. Pues solo un corazón limpio, purificado por la fe en Cristo, tendrá el gozo de contemplar la faz de nuestro amado Padre celestial. El limpio de corazón, esto es, el puro de alma, que desea mantener la limpieza interior, la alegría que da la victoria sobre el mal -que por todos lados nos asedia-, tendrá el privilegio de posar sus ojos sobre el Altísimo. Pero no sucederá lo mismo al que tiene el corazón henchido de deseos carnales, de ambiciones terrenales vanas y de todas las inmundicias que infestan la tierra. Este nunca podrá presenciar a su Creador.

De modo que el requisito para ver a Dios es ser de corazón limpio. Porque no se le promete el cielo al impuro. Pues como Dios no tolera mirar la iniquidad, tampoco el inicuo puede mirar a Dios. La obra de amor que nos limpia, aquella en que el Padre entrega a su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree tenga vida eterna, produjo un pueblo santo y limpio, conformado por los verdaderos creyentes de todas las naciones. Pero este estado de limpieza de los santos no es por méritos humanos, sino por la misericordia divina, que nos declara limpios de pecado por la muerte de Cristo en la cruz. Como está escrito: “...la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1: 7).

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