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EL ROEDOR

Mi amigo Lauterio

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Aristófanes UrbáezSanto Domingo

* Danilo, lo que debía: que “el libre comercio” j…, a los países más débiles, porque los grandes subsidian, y por consiguiente, j… a los pobres y los excluye; que nadie puede luchar con esa furnia de los ladrones: los paraísos fiscales (al mismo tiempo el de ministro de Industria decía “que no es así” (a.u.). *Presidente: aquí no hay ni “apatridia”; ni 9.1.1. (a.u.) *“Si yo pudiera unirme/ a un vuelo de palomas/ y atravesando lomas/ dejar mi pueblo atrás/ juro por lo que fui/ que me iría de aquí/. Pero los muertos están en cautiverio/ y no los dejan salir del cementerio”. (J. M. Serrat).

1.-NO ES LAUTARO, un héroe indígena araucano chileno, matado por los conquistadores españoles en 1557; ni es Lauterio, un jefe de Policía de Hermosillo, México, ejecutado por sicarios este mismo agosto. Sino, Lauterio Marrero, como de mi misma edad. Desde pequeños comenzamos a jugar con pelotas de medias en el pino de doña Gangán. Jovenzuelos (había pocos carros en las calles), usábamos limones de esquina a esquina, en una cuadra enorme (de la esquina de Fello Brito a la de Ginova Florián), y nos hicimos “expertos” en aparar lo que llamábamos “cielus” (casi no los veíamos por la altura que alcanzaban). Él nunca aprendió a jugar voleibol (Rubén Brito y Narciso-Diógenes eran los jefes de los equipos); pero sí Bingo y Billar (Héctor M. Santana -Miniño- y el Escribidor, hicieron como tres de tablas de arenque y bacalao y a las canicas les poníamos los números del almanaque de La Tabacalera, que le enviaban a mi padre). Además, la naturaleza era virgen, íbamos a los conucos de Bailón a comer naranjas agrias, pero que tenían un dulzor, y a bañarnos en aquel enorme canal cristalino que hizo Balaguer para 1966-67, y las batallas de gladiadores en la Caída de Vidal a ver quién lograba hacer caer a los demás. Extraño, Lauterio era más fuerte (le decíamos ‘Lelo’), pero nunca peleamos, aunque él peleaba a diario hasta con sus primos, sobre todo, cuando perdían en el billar. En ese trajinar, Lauterio siguió en sus conucos y nosotros a la escuela. Él dejó de ir temprano, pero en Vicente Noble no hay división de clases y todos vamos a los mismos sitios.

2.- DE PRONTO, Lauterio surgió con un movimiento de la cabeza hacia abajo, que se acentuó con el tiempo y la barbilla y el pecho chocaban (¡embép, embép!). Un cómico llamado Julín le adjudicó el mote de “Cocoteo”. Continuamos jugando softbol, ahora en el patio de “Lin” y Badón, y más tarde en el Colegio de Las Monjas (siempre jugaba en mi equipo). Las historias siguieron en “El Teatro de Bobo” (cine), que al final los visitantes sólo pedían películas de sexo. Lauterio hizo historia ahí con los pedos (comoquiera se los pegaban a él). De ahí adquirió otra costumbre: se empolvaba diario, blaquito, pero sólo la cara. Las hermanas María y Olynda, escondían sus polvos donde los vecinos, pero siempre había quien le daba su ración de polvo. Fuerte al comienzo, subía una mata de coco gateando en minutos (y debo decir que algunas matas alcanzaban 250 y 300 metros). Sin sogas, sin nada; sólo con su machete. Allá les dicen pilotos y mucho llevan las huellas de las caídas de las matas más bajitas.

3.- PERO LAUTERIO, ‘LELO’, ‘COCOTEO’, tenía algo que nos ligaba (era honrado), inteligente y de un humor picaresco, que donde quiera que estábamos nos sacaba la carcajada de guacamayo. La primera era en el Bingo, donde doña Genita, porque los jugadores cuando perdían, pedían la “casa”. El dueño (que siempre gana): “¡Voy por la casa!”, pero mano en que no gana; Lauterio y el sobrino de la doña (Augusto la Mai), cuando decían ¡Bingo!, armaban una bulla de sirena de ambulancia, o se reían. Al rato se armaba el rebú, porque los querían echar, pero Genita y sus tres hijos (un solo macho), los corrían. Al salir de la empalizada se armaba el rebú y muchas veces llegaba a los trompones.

4.- En Vicente Noble es uno de los pocos lugares que se ríen de los muertos. Lauterio, desde que llegaba comenzaba el “relajo”. Un día llegó cuando charlaba con un amigo doctor, y comenzó a hacerme señas hacia un cuadro del padre de la doña, diciéndome en voz baja que él y Sasaka (el japonés), estaban en “los rulos de Negro Méndez” (el cementerio, que no da miedo porque es fresco y está lleno de acacias). Cuando el hijo se dio cuenta, dijo, indignado, ante la risa de Lauterio. “¡¡Ayy, si mamá te oye!!”. Desde que se enteraba de mi presencia, me llenaba de cocos de agua. Te daba una lista de hijos ficticios, con nombre y todo, que tenía en todos esos campos. Una vez se volvió revolucionario y después, se hacía llamar Bin Laden, “que explotaba a cualquiera”. La primera: me invitó a discutir de política. Le dije que Juan Bosch me había dicho que no discutiera política con los amigos. Luego, aprovechó a un estudiante de Economía (PLD), que fue a dar una charla del FMI. El primero que levantó la mano fue Lauterio: “Dime, a ver si tú sabes, m… vieja, le dijo: ¿quién fue Nguyen van Troi? (¡todos reímos con ganas!). Pregunté por él hace unos dos años, y me dijeron que murió al caer borracho de Triculí de una mata de coco. Lauterio: no fuiste ni empresario, ni príncipe, ni rico, pero me pasé el Día de la Paz pensando en ti, porque sin tu compañía, amigo mío, mi niñez está incompleta. Dios se apiade de tu alma.

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