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Luis Encarnación PimentelSanto Domingo

Ante las presiones y el chantaje de organismos internacionales, y cómplices locales, especialmente con relación a las variables del viejo problema haitiano, el país ha cedido y concedido demasiado hasta perjudicarse en extremo. Con la agravante de que por más solidaridad que ofrezca ante su desgracia; por más flexibilidad que exhiba, o “bajadero” que busque ante las propias leyes y normas migratorias para beneficiar a sus vecinos, la nación siempre es víctima de la ingratitud, la incomprensión y de la más cruel campaña de mentiras e inventivas.

Peor aun, por más que haya hecho -y siga haciendo, en materia de gastos en salud, en educación, en alimentación, en empleos y hasta en la dotación de documentos que los haitianos que cruzan la frontera no consiguen en su tierra-, República Dominicana luce ésta ante un círculo vicioso, con consecuencias que se agravan y se agrandan todos los días. Solo habría que pensar (para que nos dé pavor y procedamos con algunas soluciones reales y prácticas) en que el flujo constante y a todas luces incontrolado de indocumentados a nuestro territorio es tan grande, que ya escapa a la capacidad económica de nuestra nación. ¿Qué presupuesto aguanta para resolver los problemas, males y las carencias de dos países a un mismo tiempo?

Mientras la sangría económica sea la que llevamos, y el flujo migratorio incontrolado y en aumento permanente sea el actual, los dominicanos -por más que invirtamos, que inventemos o por más buena intención que tenga un gobierno- no vamos a resolver ni un solo de nuestros problemas fundamentales. El que no esté claro en eso y se pierda, es porque quiere o, sencillamente, porque su agenda y sus intereses son otros, no los del país. ¿Nos preparamos para lo que ahora nos viene (o nos sigue)? A tres años de su vigencia ayer se anunciaba una “protesta” contra la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, y unos días antes Amnistía Internacional volvía con el cuento gastado de que aquí “hay apatridia”(¿?).

Pero en Estados Unidos, que reinicia la deportación de haitianos indocumentados, suspendida desde el terremoto del 2010, basado en que “la situación ya ha mejorado en Haití”, allá no hay eso ni nada que se parezca; tampoco por Francia, de donde los devuelven en jaulas; ni en Panamá, cuyo Presidente dio la voz de alarma y demandó una Cumbre para tomar acciones contra el flujo migratorio. Ese cierre de puertas, sin dudas, aumentará la presión sobre nuestra frontera y sobre el país, que ya no aguanta más carga.

Por eso, ¡ojo pelado!... La JCE debe tener a alguien con carácter, no un blandengue, para garantía de nuestra identidad.

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