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Hatuey

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Luis Encarnación PimentelSanto Domingo

A tono con las palabras del legendario Rafa Gamundi en el panegírico ante el cuerpo inerte de Hatuey de Camps, el rector Iván Grullón dijo del amigo, muchas veces incomprendido y pocos reconocidos sus grandes servicios y sus méritos, que “independientemente de las diferencias políticas, fue un hombre de bien, valiente, que confrontaba, pero conciliaba”. Sobrellevando ambos temperamentos, fui su amigo y fue su crítico.

Primero por reconocer en aquella personalidad enérgica y firme, comprometida con la defensa de los mejores valores y principios democráticos, a un ser humano calido, con alta sensibilidad social y familiar. Segundo, porque aunque defendía sus posiciones hasta la necedad, me escuchaba, me respetaba y requirió muchas veces mi opinión sobre algunas cuestiones importantes, lo que generalmente pocos políticos hacen.

Con su muerte --y ya no estando tampoco Peña Gómez--, el país ha perdido al centinela más rabioso y garante del principio de la no reelección presidencial. Su coherencia hasta la tozudez en esa dirección se la llevó a la tumba fría en la que descansarán sus restos, y desde donde se agigantará su figura en la historia, en la medida en que los dominicanos sensatos y que sirven reconozcan la pérdida que ha sufrido el país. Porque, como expresara el presidente Medina frente a familiares y amigos en la funeraria, su legado político (con sacrificios, riesgos y cárcel) “no es valorado en estos tiempos, porque la generación presente no vivió esos tiempos difíciles que se tuvieron que vivir desde el movimiento estudiantil y luego desde la vida política”.

Cinco días antes de su fallecimiento, Hatuey me había llamado para darme las gracias por unos aguacates que le había dejado en la casa, y al escucharle con voz bien clara me alegré, porque creía que su salud, que sabía crítica, había mejorado. En verdad, fue una mejoría para una despedida que me privilegiaba, porque su vida se apagaba. El tiempo ni el hálito le dieron para coordinar una visita y “un párrafo” de política que me dijo quería que “echáramos”. ¿Ahora el homenaje que no se le hizo en vida? Una pena que mezquindad y envidia le cerraran el paso, porque Hatuey pudo --y debió-- ser Presidente.

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