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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO

Consolar al triste

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Juan Linares, SdbSanto Domingo

En este Año Santo nos acercamos a una nueva obra de misericordia, “consolar al triste”, con la finalidad de profundizar un poco más en ella y de hacerla realidad en medio de nosotros.

Cada obra de misericordia nos sitúa ante una realidad humana en la que nos podemos hacer “prójimo”, pues alguien nos pide ser atendido o socorrido de algún modo.

La tristeza es un estado de ánimo muy común y generalizado entre los seres humanos. Nuestra débil condición humana hace, como algo normal, que surja la tristeza, siendo muy peligroso quedarse en ella. Una persona embargada por la tristeza puede llegar a la desesperación y a que abandone la lucha por seguir adelante.

Desgraciadamente hay en el mundo muchas personas tristes, pues el atravesar por momentos de tristeza le sucede a toda persona humana y, por eso, todos, en algún momento, tenemos necesidad de consuelo. La tristeza nos suele inmovilizar y, por el contrario, la esperanza nos pone en movimiento. Consolar es saber ofrecer el gesto humano que el otro más necesita y que es capaz de provocar en la persona una sonrisa que le abre a la esperanza.

Hacer realidad esta obra de misericordia es muy importante, pues la vida se disfruta cuando se vive con alegría. Dar alegría a los demás, nos convierte a nosotros en fuente de alegría. Como no es fácil consolar al triste y decirle la palabra o hacer el gesto oportuno es bueno y necesario acudir siempre a Dios para que nos ilumine y nos fortalezca pues Él es el verdadero consolador. El que consuela se parece a Dios, que se dedica a enjugar las lágrimas de todos los rostros.

Para poder consolar el punto de partida es el amor y, además, hemos de estar en sintonía con el que está triste. La fuente del verdadero consuelo está en Dios. San Pablo nos dice:

“¡Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Cor 1,3-5).

Dios nos quiere felices, y el que pone su confianza en el Señor se siente feliz, pase lo que pase. Los santos lo han entendido muy bien. Santa Teresa nos dice “Un santo triste es un triste santo”; y en el ambiente salesiano se proclama, “nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”. Hemos de llegar a experimentar que la vida es una fiesta.

Nosotros, como Jesús, hemos de ofrecer palabras y gestos de consuelo para aliviar las situaciones de tristeza y para eliminar los males que la producen. Hemos de ser servidores de consuelo.

Es bueno recordar la oración de San francisco de Asís cuando dice: “Oh Maestro, haced que yo no busque tanto el ser consolado, sino consolar; ser comprendido, sino comprender; ser amado, sino amar. Porque es dando que se recibe; perdonando que se es perdonado y muriendo que se resucita a la vida eterna”.

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