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EN PLURAL

Reflexión analógica

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Yvelisse Prats Ramírez De PérezSanto Domingo

Nacer, crecer, sobrevivir, son etapas ineludibles en todo organismo vivo, hasta que llega la hora suprema de morir, de la que solo los humanos creen saber algo, y que puede ser, no desaparición permanente absoluta, sino trasmutación.

Los partidos políticos son parte de esos organismos vivos. No nacieron, como otras especies, hace cientos de miles de años. En el vientre nutricio de la historia, se fueron incubando, lentamente, mientras sobre la tierra iban apareciendo y desapareciéndose plantas y dinosaurios, y el esqueleto de un simio se iba irguiendo hasta convertirlo en el “pitecantropus erectus”.

Miles de años más tuvieron que pasar para que ese hombre primitivo abandonara su primaria condición de lobo solitario y se juntara con otros en clanes y tribus para la lucha por la sobrevivencia que fueron transformándose en “pulseos” bélicos por las ambiciones de poder.

La historia fue bautizando esos sucesivos períodos cambiantes en hábitos y culturas: Antigüedad, Edad Media, Edad Moderna y la Contemporánea.

La última llegó, y con ella, eclosionaron en los seres humanos las ideas de ciudadanía. Conceptos como derechos humanos, libertades, doctrinas, ocuparon el escenario alumbrados por las fogatas de la Revolución Francesa. Las mujeres, por cierto, empezaron a saberse personas, Olimpia de Gourges, Flora Tristán, las sufragistas.

Un casual posicionamiento en la Asamblea Nacional Francesa, los girondinos de un lado y los jacobinos del otro, creó para siempre los conceptos de IZQUIERDA y DERECHA.

Los partidos nacieron, presentaron credenciales con definiciones claras dentro de uno de los dos polos de la diada. Se formaban como conjunto de seres con necesidades comunes e intereses concretos, “las clases no se suicidan”, se olisqueaban de lejos, y se juntaban, luego para preservar privilegios a través del ejercicio político partidario o para tratar de arrancar sus derechos conculcados por vencedores y explotadores que controlaban el poder.

Paridos por la historia en el tiempo en que la dialéctica imperaba, los partidos políticos tenían PROGRAMAS diferentes, fines particulares distintos, aunque coincidían en el fin supremo de alcanzar y ejercer el PODER.

Asumían nombres diferentes, se identificaban con colores diversos, pero si se miraban por debajo de abalorios y máscaras se podían identificar en dos grandes grupos: Liberales y Conservadores. Y así, cada quien, y cada cual podía elegir donde ubicarse, sea paramilitar o votar de acuerdo a las coincidencias que los ciudadanos sintieran entre sus propias ideas y los propósitos partidarios.

Las IDEOLOGÍAS, tomas de posiciones, ante el mundo, la sociedad y nuestras propias vidas, configuran una identidad necesaria, dando sentido a las luchas partidarias en base a principios y valores definidos.

Fue hace poco tiempo, relativamente que la Historia tuvo un parto monstruoso. En lugar de tener un hijo bello, como el Renacimiento, por ejemplo, parió el Neoliberalismo. Y ese engendro comenzó a devorar primero a su madre, a la que decretó muerta, y a los grandes fines humanos, que según el Neoliberalismo, dejaron también de existir.

Las otras ideologías, sobre todo, las de izquierda, no existían, se proclamó de nuevo el retorno del LOBO solitario que se enfrenta en la selva al otro animal más débil, y lo vence. El neoliberalismo penetró en los partidos despojándolos de su esencia doctrinaria, paralizó su crecimiento, los momificó y los homogenizó. La confusión, cuando no el desencanto, hizo presa de una ciudadanía que no alcanza a percibir como dijo García Márquez, “en cual silla partidaria sentarse”.

Cumpliéndose la ley inmutable de los ciclos, los partidos políticos se han trasformado, pero para mal. De acuerdo a que seamos pesimistas, u optimista, predecimos si el próximo paso en su trayecto en declive, sería desaparecer, para dejar paso a quien sabe qué cosa, o sí al desgajarse de su tronco y caer a la tierra, el fruto dañado, se trasmuta, recuperando su semilla ideológica, en organismos políticos de nuevo tipo, integrados por ciudadanos activos, participativos, que sepan bien lo que quieren, por qué lo quieren y para quienes.

Me sitúo entre quienes creen que en la última opción, la regeneración de los partidos políticos es posible, aun. Este En Plural intenta presentar una analogía, espero que bastante trasparente, para que se reflexione sobre ella, partiendo de un concepto meridiano que orienta mi accionar personal y político: la historia no está hecha, lo que se hizo una vez, puede no repetirse.

Como paradoja estupenda, los seres humanos paridos por la historia, podemos hacerla, otra vez. Y en la que construyamos, podrá haber espacios, pletóricos de ideas y de valores que nos convoquen para cambiar el mundo: los partidos políticos.

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