Santo Domingo 20°C/20°C clear sky

Suscribete

Todo es tan obvio que se explica el pesar

Avatar del Listín Diario
MARINO VINICIO CASTILLO R.Santo Domingo

Mi mayor pesar no es ocasional, ni episódico. Siento que se ha venido acumulando en mi espíritu desde hace ya largo tiempo. Ha fijado un agobiante domicilio en mí. Y esto no tiene nada que ver con pesimismo ni desalientos.

Parece más bien oriundo de mis incesantes observaciones, desoídas como advertencias, acerca de que no nos sería posible seguir creyendo aquello de que “estamos mal pero vamos bien.”

Y es que cuando por mucho tiempo las circunstancias nacionales resultan obra de un diseño estratégico transnacional se tornan difíciles de descifrar y de lidiar con ellas. Sobre todo, porque hay que operar en la jungla de las temibles fuerzas de las deslealtades de la traición.

Todo ha sido multiforme, al grado de que al reaccionar frente a cualquiera de sus aspectos o modalidades, si no se cuenta con una visión de conjunto, de seguro que el error se hará tan presente como invencible.

Muchas veces afirmo para evitar tal cosa que en esto no hay detalles ni consideraciones secundarias. Todo es importante, por nimio o ajeno que parezca.

Así que es preciso partir de las apreciaciones de nuestras aberrantes y crecientes falencias de hoy, medir cómo se han ido socavando y minando lazos de cohesión del ser nacional, tanto en las expresiones esenciales y primarias de familia y escuela, como en una cotidianidad de asombrosos descalabros.

Si se pormenorizan las muestras del día a día de nuestras circunstancias se verá mejor la catástrofe de la pérdida de rasgos vitales de nuestra empatía generosa y proverbial, como de la solidaridad perdida en las hondas carencias de nuestra pobreza, tan grávida de carencias de todo género.

En estos días, por ejemplo, oí de buenos labios narrar cómo se canibalizó la tragedia de un accidente automovilístico cuando aquellos que supuestamente acudían para el socorro y auxilio de los desventurados, se convirtieron en sus finales verdugos al despojarles de las pocas cosas de valor que llevaban al producirse el desastre. Es decir, ya la trágica eventualidad no es el accidente, sino el peligro de la presencia inmisericorde de falsos socorristas. Me conmovió oír el relato y creí advertir lágrimas en quien lo hacía cuando rezongaba: “Eso no es nuestro pueblo, algo grande está pasando”.

Sin piedad manifiesta se oyen y se leen las crueldades de las decapitaciones, del estupro de niñas a cargo de precoces asesinos, del fuego como borrador de indicios e identidades en ejecuciones; en fin, de maldades inconcebibles que han hecho trizas la buena índole de nuestro pueblo.

No menos triste es el drama inmenso de nuestros dementes, arrojados desnudos a las calles porque cesaron las responsabilidades de protegerlos y de intentar curarlos o mejorarlos de parte de los responsables del poder; sumado ésto a los oprobiosos martillazos de los ataúdes de los padres o de los hijos en procura de evitar el lucro del ataúd revendido, sin respeto alguno al ser humano inhumado, ni al dolor de la familia. Realmente todo esto constituye una negación desgarradora de nuestro pueblo de siempre.

Todo eso que ocurre como deformaciones aterradoras parecería que resultaba necesario procurarlo como prerrequisito odioso para allanar las demoliciones mayores de la Nación como Estado. Casi se puede ver la anomia como la tribalización indispensable para excusarse ante el mundo los poderes de la tierra a la hora de la “cirugía mayor” de su Geopolíica detestable, que con su insomne hipocresía alegará: “No habrá crimen internacional ni nada de qué avergonzarnos en lo que nos hemos propuesto; sólo se trata de dos tribus caóticas y hemos intentado salvaguardarlas, aun cuando estamos conscientes de que todo irá hacia un ‘puerto libre’ de vicios y desórdenes del esperpento que nos proponemos configurar; en suma, se está en presencia de dos pseudo estados colapsados e inviables, de imposible enmienda”. Tal será el siniestro predicamento de los grandes cirujanos de los poderes de la tierra.

Ésto, sin que falten promesas de premios mundiales de la paz para quienes presten concurso a esa macro ignominia.

Como señala el título de estas cuartillas, todo está resultando tan obvio y devastador que mi pesar no es ocasional ni episódico; es parte de la agonía suprema de la tierra de todos.

Tags relacionados