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FE Y ACONTECER

“...Enséñanos a orar...”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

Decimoséptimo Domingo del Tiempo Ordinario

a) Del libro del Génesis 18, 20-32.

En este fragmento, Abrahán intercede por Sodoma, imagen típica de perversión e iniquidad. La intercesión del Patriarca es un regateo al que Dios no se sustrae, él intenta hacer valer la solidaridad a favor de los impíos y así logra rebajar la cifra inicial de 50 justos a 10, como condición para el perdón de la ciudad pecadora. El Señor no encuentra esos diez justos, Sodoma y Gomorra serán destruidas sin remedio.

El texto deja patente la eficacia de la súplica pertinaz y, sobre todo, la misericordia del Señor, dispuesto siempre a perdonar. Esta lectura refleja, además, que la experiencia religiosa de Israel respecto a sus antepasados está basada en un tipo de relación directa de esos ancestros con Dios.

Abrahán se muestra amigo, familiar y confidente de Dios. Por ejemplo, basta ver la sencillez de trato del Patriarca con los tres personajes que le visitan, Dios uno y trino, cuando se dirige una y otra vez a Dios en favor de las ciudades de Sodoma y Gomorra y repite varias veces su súplica: “Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando...” Y es que la oración requiere por sí misma una actitud humilde y sencilla en el orante. La gran maestra de oración, Santa Teresa de Ávila, solía decir: “oración es hablar de amistad con quien sabemos nos ama”.

Abrahán, intercede por Sodoma porque está convencido de la justicia divina e intuye que Dios no será tan injusto como para actuar contra el malhechor llevándose por delante también al justo. En efecto, el castigo que viene sobre la ciudad pecadora no alcanza a Lot, sobrino de Abrahán. La intercesión de los Santos (Amigos de Dios), queda ya evidenciada en el primer libro de la Biblia.

b) De la Carta del Apóstol San

Pablo a los Colosenses 2, 12-24.

El rechazo del Apóstol es total; vuelve a repetir lo que ya afirmó al comienzo de la carta: Cristo está por encima de todo, “es la cabeza de todo mando y potestad”. Él es la divinidad encarnada y “de él reciben ustedes su plenitud”.

Seguidamente, les expone con una serie de imágenes hasta qué punto los creyentes encuentran en Cristo la plenitud y el sentido presente y futuro de sus vidas: circuncidados en Cristo; sepultados por el Bautismo en su muerte y resurrección; muertos por el pecado, pero vivificados por el perdón; cancelado el documento de nuestra deuda clavado ya en la cruz.

En este pasaje queda claro que el bautismo es un signo visible de esta realidad invisible y fundamental; es la agregación a una comunidad, en donde constantemente se habla de vida. Es participación y comunión real en la muerte, sepultura y resurrección de Jesús. Cristo en la cruz es la contrapartida que Dios ofrece al mundo realizando y ofreciéndole la reconciliación.’

c) Del Evangelio de

San Lucas 11, 1-13.

Considerábamos el pasado domingo las dos dimensiones inseparables de la vida cristiana: la oración y la acción. En este pasaje, la petición de los Apóstoles a Jesús es: “Señor, enséñanos a orar”... El evangelio tiene tres partes: “Padre nuestro, que estás en el cielo”, la parábola del amigo inoportuno en la noche y la eficacia y necesidad de la oración.

El Padre nuestro es una maravillosa síntesis de todo el Evangelio (Tertuliano), es la oración cristiana por antonomasia, muy comentada por los Santos Padres en innumerables catequesis. Desde los primeros tiempos era la oración predilecta en las celebraciones litúrgicas y la Iglesia la ha conservado en la Eucaristía como preparación al rito de la Comunión.

La parábola del amigo inoportuno en la noche. Jesús quiere encarecer la necesidad de la oración persistente. Dios es el amigo que escucha desde dentro al inoportuno que llama, podemos confiar que acabará escuchándonos porque Él es bueno. Jesús las ilustra con tres comparaciones: el hijo que pide a su padre un pan, un pez y un huevo. Un padre bueno no da al hijo hambriento una piedra, una serpiente o un escorpión.

Jesús dice que es necesario insistir en la oración: “Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla y al que llama se le abre”. Siguiendo la comparación del padre, añade Jesús: “Si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más su Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?”.

A pesar de todos los avances científicos, de la conquista del espacio, del progreso impensable que hoy percibimos, el hombre sigue siendo un ser limitado, un ser indigente, aunque piense tener el mundo a sus pies, un ser con múltiples dependencias, aunque se crea autónomo, un ser lleno de miedo e inseguridad, pero sobre todo consciente de que avanza hacia un desenlace que no puede evitar, la muerte.

Por más que progresen el hombre y la mujer siempre serán seres necesitados de un encuentro personal con Dios. La oración da al hombre y a la mujer esa oportunidad de encuentro consigo mismo y con su Padre Dios, de dialogar con Él, de purificarse personalmente y esto sólo se puede lograr en el silencio y la paz. La oración es tema frecuente en los evangelios.

Jesús ora a su Padre en muchas ocasiones y siempre en las más importantes: el bautismo, las tentaciones en el desierto, la transfiguración, el Getsemaní, la Pasión. Varias de las parábolas fueron dichas para encarecer la necesidad y la eficacia de la oración.

Necesitamos descubrir de nuevo el Padre nuestro que aprendimos en la infancia, como escuela de oración, y rezarlo siempre con la confianza de los hijos y con profunda atención. Es la única oración enseñada por Jesús y de las dos partes en que se agrupan sus siete peticiones, la primera es de alabanza y se refiere a Dios mismo con tres peticiones: santificación de su nombre, venida de su Reino y cumplimiento de su voluntad. La segunda tiene cuatro peticiones para nosotros y para los demás: el pan de cada día, perdón de nuestras ofensas, victoria sobre la tentación y liberación del mal. Es, pues, una oración rica y fecunda, es oración de alabanza, súplica, petición, acción de gracias y conversión. Ella, recoge todos los anhelos del hombre.

Fuentes: Luis Alonso Schˆkel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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