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EL CORRER DE LOS DÍAS

Caminatas por la llamada “novela histórica”

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Durante los años sesenta del siglo pasado las novelas históricas fueron claves en la formación de los jóvenes lectores, y algunas de ellas resultaron en el conocimiento de épocas y sociedades antiguas, como aconteciera con El Egipcio, de Mika Waltari, Ben Hur, de Lewis Wallace, Quo Vadis, de Enrique Sienkiewicks, y en esa misma línea El Judío Errante, de Pérez Escrich, y aun otras como El Caballero de la Virgen, de Vicente Blasco Ibáñez, sobre la vida del conquistador Alonso de Ojeda.

No se trata aquí de un análisis exhaustivo, sino de una caminata de la memoria a de algún modo a saltos, con el interés de anotar puntos que orientan y permiten cruzar épocas y formas sin agotar, claro está, el tema.

La llamada novela histórica de aquellos años, de la cual solo hemos citado algunas como modelos icónicos, y entre las cuales cabe Enriquillo del dominicano Manuel de Jesús Galván, marchaba hacia textos que reconstruían el espacio histórico basándose en la descripción de un medioambiente sin muchas modificaciones y tratando de hacer representaciones sobre el tema ya manejado por historiadores, acerca del cual la utopía enriquecía aspectos relevantes más allá de la realidad histórica escogida. Recuerdo siempre al personaje Petronio, arbiter elegantiarum, figura clave de la época de Nerón sobre el cual descargara su odio el emperador. O la del filósofo Seneca, obligado al suicidio. En Quo Vadis, Petronio, en verdad personaje histórico, alcanzaba a ser casi el protagonista más relevante. Por aquellos años finales de la década de 1950. El amigo German Guillen, compañero de barrio y de estudios, y yo, leíamos casi los mismos textos, y recuerdo la simpatía que nos producían ciertos personajes de la novela histórica entonces, cuando la imagen de Nerón encarnaba para nosotros la dictadura que sufríamos. Y es que la novela histórica casi siempre tiene puntos de comparación con la vida y sus personajes actuales los que son a veces comparables con los de determinadas épocas en las cuales la historia y las aventuras parecen fundirse.

Esas novelas todas tenían algo en común, eran textos en los cuales se respetaba el medioambiente histórico y se insertaban los personajes y las historias de los mismos tratando de ajustarlos a la realidad historiográfica. Algunas de estas novelas tenían rasgos arqueológicos y datos surgidos de la creciente arqueología del siglo XIX, y otras marcaban con la imaginación vidas particulares. Novelas de orden histórico, como Salambo, de Gustavo Flaubert, y Guerra y Paz de Leon Tolstoi, habían marcado un máximo narrativo, mientras que el XIX se había estrenado con las obras de Alejandro Dumas, imaginador de alto vuelo y Víctor Hugo, maestro de la novela historiada. Otra figura de época los fue Eugenio Sue, el controvertido autor de El Judío Errante, quien desde mediados del siglo XIX cultivara la novela histórica con mucho éxito.

Lo cierto es que los autores de la novela histórica moderna y del pasado han tenido una finalidad clara cuando su deseo ha sido algo así como “completar” lo ya acontecido con nuevas formas de pensamiento y modernas maneras de narrar.

Durante los mediados del siglo XX Par Lagerkvist produjo cierto giro de la novela histórica creando lo que me atrevo a llamar “novela histórica existencial”, donde si bien los personajes dependen menos del medioambiente, lo hacen mucho más del problema que el momento histórico vivido produce en ellos. Desde los años cuarenta el autor iba hacia una literatura en la cual la verdad más intensa no era la matizada por las historias generales, sino por la historia particular de personajes angustiados por aventuras personales que se transformaban en agonía, como aconteciera con el Barrabas en su novela del mismo nombre, cargado de culpabilidad porque había sido liberado para que crucificaran al inocente Jesús, o como acontecía con El Enano, metido en una corte medieval que odiaba y que le llenaba de envidia y de imposibilidades. En La Sibila, una especie de Judío Errante cumple la maldición del nomadismo por su participación en la crucifixión. Una visión diferente a la del francés Sue.

Cada uno de estos personajes niega la novela histórica tradicional, obstaculizando a la vez los personajes históricos principales, como a Pilatos, en la novela Barrabas, rescatado luego por André Maurois en un libro del mismo nombre escrito por este notable biógrafo francés en donde lo novelesco se impone, quizás, sobre lo biográfico.

En este tipo de novelística es muy cercana al llamado “existencialismo”, donde Albert Camus, en lo que podría considerarse “teatro histórico” reconstruye con su obra de teatro Calígula la locura histórica y ansiosa del emperador romano , si entrar en los vericuetos del ambiente y los hechos circundantes o en pormenores que son generalmente parte de la narrativa, centrándose en la personalidad agónica y delirante de su personaje.

Pero la novela histórica y sus formas, persisten, sus variadas formas siguen siendo funciónales porque son un modelo del uso de la imaginación que se basa en lo “real”, o en lo aparentemente real para una transformación estética. Pienso en la novela El Grito del Tambor, en la que la novelista dominicana Emilia Pereyra aborda la invasión de Francis Drake a la isla de Santo Domingo en 1586 concebida con ajustada modernidad y colmada del interés que toda buena narrativa exige.

Las novelas de corte histórico han ido derivando hacia una narrativa en la que lo histórico es más el medio y la época que los personajes. Así Noah Gordon y antes James Clavell, escribieron novelas en las que personajes imaginarios se movieron en mundos que fueron intentos de reconstrucción de realidades captadas para servir como escenarios de época. Shogun, donde Clavell nos lleva a un Japón de orden medieval, sería una de esas novelas en las cuales el medio, las costumbres descritas, y la novedad de conocimientos antes no tratados o explotados podrían superar aventuras no tan destacables como el o los lugares en los cuales se desarrollan.

La novela de aventuras se movió hacia los cánones de la novela histórica, y por tales razones quizás recibió Noah Gordon el Premio de Novela Feminore Cooper, por su primera ficción titulada El Rabino, considerada como narrativa de aventuras más que como narrativa histórica: luego el modelo fue el tipo de novela que Gordon desarrollo en Chaman, El Medico y otros de sus elaborados textos, mientras que en autores como Dan Brown el thriller se arrimaba de alguna manera a la novela histórica.

Lo cierto es que hoy la mezcla de modelos con temas que esconden enigmas y supuestos descubrimientos nacidos de investigaciones históricas que buscan como salidas el “thriller”, y el misterio comienza a dilatar y a ser nuevamente del interés del gran público. Algunas de las novelas de la escritora española Julia Navarro, como lo demuestra en La Biblia de Barro, siguen tal orientación. La novelística de Arturo Pérez Reverte es modelo de esta sorpresiva novela de búsquedas y encuentros imprevistos.

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