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Almagro, la OEA y la CELAC

Luis Almagro, como se sabe, fue canciller del presidente uruguayo José (Pepe) Mujica, dirigente del Frente Amplio, exguerrillero militante del Movimiento de Liberación Nacional, MLN-Tupamaros, desde donde combatió a las fuerzas conservadoras de su país, aliadas a los gobiernos de Estados Unidos, un cuadro que se repetía en toda América Latina, en donde las administraciones de los Estados estaban, en su mayoría, en manos de dictadores o falsos demócratas.

Durante su presidencia, Mujica se mantuvo fiel a los postulados de izquierda que lo llevaron a la lucha armada. Fue duro en su posición sobre el respeto a la soberanía de los pueblos y, como consecuencia, opuesto a que fuerzas extranjeras metieran sus narices en los asuntos internos de su país. Partiendo de esa realidad, y conociendo que el Presidente de una nación es el jefe de la diplomacia, y que por tanto es quien dirige la política exterior, las actuaciones de su canciller, como la de todo canciller, debía responder a los criterios y directrices del primer mandatario.

Siendo así, suponemos que desde la cancillería compartía las disposiciones de Pepe, quien al presentarse el vacío para la secretaría general de la OEA, lo promovió, quizá por entender, como hombre de su confianza, que desde este órgano interamericano sería fiel a lo que impulsó desde la jefatura de la diplomacia uruguaya, bajo las orientaciones de la Presidencia de la República.

Las posiciones de Almagro, desde la secretaría general de la OEA comenzaron a cambiar, tal vez, porque fue entrenado para ser diplomático de carrera; esto es, un funcionario que responde a los lineamientos del gobierno de turno sin que tenga posiciones propias, porque solo se debe al Estado sin importar la administración. Sectores de la izquierda lo atribuyen a que cambió de amo, un juicio que tiene como base el criterio de que este organismo internacional es un instrumento del Departamento de Estado de los Estados Unidos.

Obviamente que ese papel lo jugó la OEA desde su fundación en 1948; pues fue una organización concebida para justificar las políticas de Washington en América Latina, incluyendo la intervención armada estadounidense en República Dominicana para impedir el retorno a un gobierno democrático derrocado con ayuda directa del Departamento de Estado. Pero el rol le cambió a partir de la llegada de los partidos de izquierda y progresista a los gobiernos de los Estados en la región, porque esto cambió la correlación de fuerzas, lo que se expresó en la composición de los 34 países que integran la organización.

El cambio en el mapa político latinoamericano impulsó una ola de independencia de carácter regional que fue arrinconando a Washington, entonces la Organización de Estados Americanos comenzó a languidecer y otros proyectos con sentido latinoamericanistas emergieron. UNASUR, fue uno de ellos y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, nació como la gran sombrilla para construir el sueño de la Patria Grande.

La ofensiva del “hermano mayor” tardó, pero llegó: acuerdos comerciales paralelos para debilitar los nuestros, acercamiento a Cuba para no quedar completamente aislados de la región, invento de la CICIG para penetrar de forma engañosa a Centroamérica y la recuperación de la OEA con Almagro, quizás para justificar, desde ella, los planes desestabilizadores puestos en marcha en la región contra los gobiernos populares que procuran sacar del poder por vías no democráticas.

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