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Tiempo para el alma

“Proteged al desvalido y al huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado, defended al pobre y al indigente”. Sal 82: 3, 4.

La inequidad es una realidad ineludible. Existe, no se puede negar. Tampoco se puede dar la espalda al gran grupo, el que queda en desventaja, el que rebosa de carencias y de necesidades. El grupo pequeño, grande en bienestar, el que derrama abundancia, no puede encerrarse en una burbuja blindada contra la mise ria, contra la realidad misma.

El que tiene está llamado a compartir con el que carece, el que tiene acceso a soluciones está llamado a contribuir con aquél que no puede acceder a la solución su problema, de su necesidad.

El salmo nos habla de misericordia y de solidaridad, de acceso a la justicia, de entendimiento del rol voluntario y, aunque parezca contradictorio, mandatorio que debe asumir quien más puede.

Nunca olvidemos que quien da recibe, y no hablo solo de materialidades, me refi ero sobre todo a esos intangibles que multiplican bendiciones para cada cual, pues a fi n de cuentas todos nacemos y morimos; es inevitable. Aunquea veces no queramos admitirlo, todos somos iguales. Nos perdemos de mucho cuando no lo entendemos.

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