Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

EN PLURAL

Volvamos a la esencia

Avatar del Listín Diario
Yvelisse Prats Ramírez De PérezSanto Domingo

Las lenguas son categorías vivas, nacen, crecen, a veces exuberantes, también se agotan cuando los usuarios las descuidan, y mueren.

En ese devenir, una lengua otorga matices, a algunos vocablos, no sinónimos, sino antónimos, y esa contradicción penetra el concepto. O sea, el significante cambia el significado, como dirían Saussure y Bally.

Con la palabra LIBERALISMO sucede este trastrueque lingüístico que penetró en lo semántico.

En sus inicios, el liberalismo fue un movimiento libertario, que negó el origen divino de los reyes, defendió la capacidad de los pueblos de elegir gobernantes, y promovía los derechos individuales contra los excesos totalitarios de las monarquías.

Ser liberal era sinónimo de avanzada, progresista, creyente del libre albedrío y de la autonomía política, económica de las personas.

El liberalismo olía a revolución, a cambios radicales, a un perfume vital intenso, que impregnó los aires parisinos con el derrocamiento de Luis Bonaparte, llegando hasta España, con las Cortes de Cádiz.

También, llegaron a América, a la nuestra, esos jóvenes de “buena familia” que fueron a estudiar a Europa, y volvieron deslumbrados y aguerridos, a alzar banderas y proclamar independencias.

Ese liberalismo que parió libertades fue luego determinando zonas y campos de acción.

Se empezó a diferenciar, como si no fuera una sola conquista, la economía de la política. A medida que los años pasaban, la burguesía europea que se sublevó contra las monarquías, devino en clases dominantes y quiso más, y más. Eran, aunque parece un contrasentido, liberal en lo político, conservadores en lo económico.

Por la mimesis propia de nuestro continente, también aquí, como si el liberalismo sufriera de esquizofrenia, surgió el Partido Azul, pero dentro de ese mismo partido Lilís, fue otra cosa, con sus famosas “papeletas” y sus enajenantes empréstitos.

La contradicción se acentuó; se convirtió en una antinomia radical, cuando Fukuyama, sobre todo Hayek, exacerbaron la faceta económica en un individualismo de libertades solitarias. Surgió el NEOLIBERALISMO, con sus pugnas injustas, de los fuertes frente a los débiles, lo global suplantando el Estado-Nación, el Mercado reinando.

La libertad en esa visión reducida a los derechos de “la derecha” o sea, de los de arriba, para concentrar más riqueza y explotar a los de abajo. Los neoliberales destruyeron, descuartizándolo, el sentido totalizante del liberalismo en sus inicios, lo aplican en la práctica con un apellido con sonido metálico, ECON”MICO, partieron en dos hemisferios distintos opuestos, lo económico de lo político.

Despojado de su esencia más noble, más humana al anexarle el prefijo NEO, el liberalismo pasó a ser, en vez de una doctrina elevada, una ideología sórdida, tanto más perversa cuanto que niega la existencia de todas las demás, para apoderarse, como única y suprema, del mundo. Una simple adición al comienzo de un vocablo magnífico, cambió su ser, su esencia, borró los sueños de tantas generaciones y se convierte, hoy por hoy, en estandarte de abusos, dependencias e injusticias.

Ser liberal, en la actualidad, en todo caso, ha perdido su aureola. Aunque no se le adjudique el fatídico NEO, no significa ya ser revolucionario.

Tiene un acento añoso y evoca una figura algo “pasadita” de años que pasa por alto muchas cosas, porque aprendió con su experiencia que es poco lo que se puede cambiar: “Dejen vivir, dejen pasar”, parece ser su lema.

La trasfusión del significante al significado, es tan absoluta en el caso del liberalismo, que ha llegado a construir otro binomio lingüístico-semántico: su antiguo contrincante, el Conservadurismo. Ninguno de los dos tiene el radicalismo que los caracterizó. En las franjas de concesiones impuras y de las anomias morales, no se distinguen mucho en el tinglado posmodernista “conservadores y liberales”.

Quizás, habría que empezar cualquier cambio de timón a la involución política y ética en la que surge la humanidad actualmente, intentando devolverle a las palabras su condición de cuna de las ideas, precursora de epopeyas.

Por ejemplo, el claro, transparente retorno del “liberalismo” a su definición originaria, liberándola del estigma del NEO, puede contribuir a que los seres humanos elijan de nuevo “situarse”.

La Lengua, como ser vivo, puede reaccionar, recuperar su fuerza transformadora, crear de nuevo vínculos entre la letra, la idea y las realidades.

Investigar sobre las causas que separan la forma y el fondo, y buscar cómo pueden reencontrarse, abriría un camino auspicioso para que los humanos podamos elegir, en qué parcela ideológica estamos.

Dejo esta tarea a las Academias de la Lengua. Si la cumplen, usaríamos LA PROPIEDAD, no la corrección, en lo que hablamos, leemos y escribimos.

Y de lo que asumimos como forma de vida. Así se reivindicarían las Academias de sus desidias pasadas.

Tags relacionados