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Tiempo para el alma

“Poned el mayor empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la tenacidad, a la tenacidad la piedad, a la piedad el amor fraterno, al amor fraterno la caridad”.

II P. 1: 5-7.

Este recorrido intrínseco del cristianismo de la fe a la caridad, encierra las enseñanzas de Jesús para quienes nos llamamos ser sus seguidores. Si creemos en su Palabra y en la promesa, si esperamos gozar de la vida eterna junto al Padre, necesaria mente debemos emprender el recorrido que nos plantea Pedro. En una palabra, podríamos llamarle coherencia.

Es decir, creer y vivir lo creído. La conjunción de la fe en Dios y la práctica de las virtudes, el fortalecimiento de lo que creemos, el carácter para resistir ante las facilidades de la vida, que precisamente por fáciles se hacen tan atractivas para una vida sin las complicaciones de la dicotomía entre lo que es y no es virtuoso.

Por otro lado, el compartir el amor de Dios; no quedarnos con lo experimentado y lo aprendido, y ponerlo al servicio de los más necesitados, y no hablo solo de cosas materiales, hablo de los más necesitados de afecto, de atención o de abastecimiento espiritual.

De la fe a la caridad hay quizás solo un paso, entender el sentido de la vida.

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