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FIGURAS DE ESTE MUNDO

Exorcismo

Aquel día de reposo, a principios de su ministerio, Jesús terminaba de enseñar en la sinagoga de Capernaún, cuando, de pronto, se oyó la estruendosa voz de un hombre con espíritu inmundo. En la tradición judía equivalía a un endemoniado, y esta víctima de Satanás solo podía ser liberada, echando fuera al demonio, esto es, mediante un acto de exorcismo.

Tan pronto vio al Hijo de Dios, el espíritu impuro gritó: “¡Ah! ¿Qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios”. El demonio reconocía quién era realmente Jesús, y adoptaba una actitud defensiva, pues sabía de su poder sobrenatural y temía su destrucción.

Advertía que no iba a recibir de él solo una reprensión, sino su expulsión definitiva. Además, estaba sagazmente consciente de que él y Jesús pertenecían a dos reinos radicalmente opuestos, que nada tenían en común. En efecto, el maligno le llamó “el santo de Dios”, con lo que afirmaba la santidad y deidad de Jesús.

A continuación, Cristo reprendió a aquel espíritu, diciéndole: “¡Cállate, y sal de él!”.

Nótese que el Señor echaba fuera los demonios con el poder de su sola palabra, sin efectuar ceremonia, rito o fórmula alguna, es decir, sin hacer ninguna representación de exorcismo. Su palabra poderosa bastaba para imponer su autoridad.

Ante el mandato impostergable, el espíritu impuro hizo que el hombre sufriera un ataque, y gritando con gran fuerza salió de él. Los presentes en la sinagoga quedaron atónitos.

“¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen?”, se preguntaban.

En definitiva, Jesús había demostrado autoridad absoluta tanto para enseñar como para doblegar incluso a los demonios (ver Marcos 1:21-28).

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