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EN PLURAL

Soñar es vivir, aunque cueste

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Yvelisse Prats Ramírez De PérezSanto Domingo

Soñar no cuesta nada. El dicho forma parte de los refranes que resuman experiencias ancestrales compendiadas con ingenio por la sabiduría popular, usualmente acertada.

Pero se equivocan en este. Soñar SÍ cuesta, en todos y cada uno de los significados que la Real Academia y el uso de la lengua han dado al infinito que es núcleo del proverbio.

En el sentido lato, al que sueña con pesadillas le cuesta un despertar asustado, sobresaltado, con arritmia.

Si el sueño es hermoso, le costaría al dichoso salir de él, intentará mantenerse flotando en la fantasía, y al desperezarse le costará aceptar las realidades, rumiando todavía un sueño que lo convirtió en príncipe o en el “Bill Gate caribeño”.

Los otros, los sueños que se construyen despiertos cuestan más, mucho más. Lo supieron, y pagan el precio sin regatearlo, todos lo que en el mundo han concebido un ideal, una forma de vida distinta, un cambio radical que favorezca a los que las opresiones y la marginación recortan las alas del sueño y los mantiene atados, decía Franz Fanon, como “condenados de la tierra”.

Duarte, Sánchez, los Trinitarios en conjunto pagaron con el exilio, con sus vidas incluso, el costo de un sueño: la Independencia de la República.

Los héroes y heroínas anónimos que hacen de la restauración una guerra popular en la que Luperón refulge como una estrella, supieron el costo de ese sueño que les llamó abandonar sus hogares, sus tierras, sus cosechas, para independizar de nuevo a la República Dominicana.

El costo fue alto para Juan Bosch, quien apostó por el sueño de una democracia tan pura que no pudo sobrevivir en medio de las bacterias del odio que sembraron los golpistas, que salieron aullando de sus cavernas.

El sueño de volver a la institucionalidad que tuvieron militares y civiles honestos en 1965, tuvo un costo de sangre patriota y de dolor ciudadano, en la Revolución de Abril. Ya luego, Peña Gómez soñó con un Gobierno Compartido, la sociedad civil empoderada de la que ahora nos habló Luis Abinader.

El costo de ese sueño civilista fue alto: Peña Gómez no pudo alcanzar el poder, y el modelo que soñó como remedio a la desigualdad y a la injusticia, se desnaturalizó al entregarlo, junto a la casilla No. 1 con su jacho, a un candidato reeleccionista en cuyo gobierno se exacerbaron las desigualdades, ejerciéndose un poder arbitrario, cerrado, clientelar, negador de la participación cívica.

Actualmente, muchos dominicanos estamos pagando un costo pesado, ominoso, por haber creído posible que nuestros votos fueran bien contados.

Somos los que aun insistimos en que las utopías, que son los sueños más altos y nobles que existen, son pertinentes y válidos, son los que nos marcan lecturas exigentes que convidan al salto de las transformaciones sociales, reptaríamos en el lodo de la selva darwiniana en que el Neoliberalismo convierte a un mundo atarantado, en un presente sin referentes ni horizontes. No hemos hecho cuanto deberíamos para enfrentar a los que nos cobran precios muy altos por atrevernos a soñar, por ejemplo, con unas elecciones transparentes. Nos desunimos, no nos identificamos con el NOSOTROS necesario.

Pero aún estamos aquí, escritores, profesores, abogados, uno que otro juez insurgente y entre muchos jóvenes alineados, algunos que deslumbrados, después de oír una clase o al leer a Bobbio se suman en la cohorte de soñadores, nos hacen sentirnos ganadores.

Que el desastre de las elecciones recién pasadas no nos haga abjurar de los sueños. Al contrario, la crisis tan grave del sistema político, y del modelo social completo, nos obliga a hacer un “crossover”, un brinco histórico, y nos enfrente a las tareas pendientes que no hicimos en los últimos años de desidia y de concesiones repugnantes.

Costará, por lo menos un esfuerzo inmenso, porque la desidia ha hecho ya su daño, las novedades informáticas ocupan el lugar de los libros buenos, los viejos estamos un poco cansados, soñar cuesta, nos deterioró la salud, pero el entusiasmo está a salvo, y se tensará de nuevo.

Desde el aula, no ya desde el activismo político que les dejo a los jóvenes a quienes involucré en mis sueños, seguirá transitando el camino. Lo dijo Galeano, al preguntarle para qué sirve la utopía: “Para caminar”, respondió. Yo me pongo en marcha, con nuevos alumnos y sueños.

Vivir sin utopías, es como dormir sin soñar, que equivale a morir. Vivamos, pues y soñemos, aunque nos cueste.

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