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“El hecho consumado” entró en crisis

Rafael María Baralt Pérez (1810-1860), historiador, periodista, escritor y poeta venezolano, fue autor del primer diccionario de galicismos del español y primer latinoamericano en ocupar un sillón en la Real Academia de la Lengua Española. Con Baralt hay un entrañable vínculo nacional, su madre era dominicana, y la mayor parte de su infancia la vivió en nuestro país bajo el fragor de las luchas intestinas y el sentimiento de Patria que germinaba como una fuerza social en el vientre de la historia, contra el decadente colonialismo español y la brutal ocupación haitiana. Un pequeño parque honra su memoria en una de nuestras calles arboladas. En esa plaza nos reunimos hace algunos años, junto al entonces embajador de Venezuela en el país, el historiador y amigo, don Julio Portillo para rendirle homenaje.

Baralt, en su Diccionario de galicismos, define el “hecho consumado” desde el punto de vista jurídico y político: “Se dice hoy del que, ya realizado, subsiste de por sí, o por sus consecuencias, con el consentimiento o bien tolerancia de los más, originando un estado de cosas, si no legítimo, a lo menos sancionado por el silencio o la necesidad. Es expresión del lenguaje político, y se aplica generalmente a los hechos, malos o ilegales en su origen, que se han ido perpetuando, ya por amaño, ya por fuerza, hasta echar hondas raíces en el Estado, y no ser posible extirparlos sin conmociones peligrosas y violentas. Y así, cuando se dice Teoría o sistema de los hechos consumados, se entiende la teoría o el sistema que aconseja admitir ciertos hechos como pasados en autoridad de cosa juzgada, ejecutoriados, y constituyendo ley y obligación... la Teoría de los hechos consumados es precisamente la antítesis de la Teoría del Derecho. Por lo demás, decimos “hecho consumado” al hecho cumplido, realizado completamente, y con todos sus pormenores y circunstancias; por manera que parece denotar un hecho perfecto, al que nada falta para poder ser conocido y valuado, y al que ha dado el tiempo, si decimos, la última mano”.

En la historia electoral dominicana contaminada por múltiples adefesios coyunturales, ha habido excepcionales comicios limpios y transparentes. “El hecho consumado” ha operado de manera puntual en la mayoría de los torneos electorales, de tal manera que numerosas personalidades e intelectuales, con evidente agotamiento emocional y material, acuden solícitos a validar con sus criterios el hecho electoral consumado. La diversidad de exposiciones colmaría una antología confesional de frases “cohetes” y lugares comunes, “es el derecho al pataleo”, “la oposición nunca acepta los resultados”, “preservemos la paz ciudadana”, etc.

El “hecho consumado” se quebró en las elecciones de 1994, provocando una crisis del sistema que estuvo al punto de desencadenar una nueva guerra civil en nuestro país. Enfrentando a una realidad lacerante, el país vive hoy las elecciones más desastrosas y deficientes de su historia, exceptuando las farsas del trujillismo y los gobiernos despóticos.

Nunca habíamos tenido una Junta Central Electoral más inepta que la actual. En muchos casos predominó el ego del actual presidente, que se tomó las demandas de la oposición para fines rectificadores, como agravios personales, reaccionando con mentalidad pueril y ejecutando acciones descabelladas, como la de aceptar en palabras el conteo manual del voto junto al electrónico, mientras ejecutaba su “venganza perfecta”, al sorprender incluso a sus colegas del Tribunal, “disparando” según su propia confesión, “votos preliminares” que “no marcaba tendencias”, cuando todavía no se habían cerrado muchos de los colegios electorales ni se habían empezado a contar. En su aparente genialidad, dejando atrás lo que él llamó la “discrecionalidad”, el presidente se inhabilitó para seguir operando como Juez, condicionó al país para que sus votos preliminares marcaran el 60 por ciento “inamovible”, que matemáticamente es posible pero no estadísticamente, con una muestra insignificante, haciéndolo coincidir con las encuestas que así lo favorecían. A partir de ahí se creó el “tollo” mayor, el conteo zozobró, se perdió la confianza en sus instituciones, y con el voto electrónico proclamó en horas la victoria apabullante de sus preferidos, voto electrónico fallido, sin credibilidad, sin sustentación de colegios electorales. En el primer boletín preliminar con apenas dos mil votantes computados, le adjudicó el primer Senador al partido de su preferencia. Algo insólito. Pero resulta que la realidad es más tozuda.

En la mayoría de los colegios ese voto no funcionó, se dañaron las máquinas, no estaban firmadas la actas, se produjeron apagones a pesar de la promesa de que no habrían, se produjeron asaltos desapareciendo actas que luego misteriosamente reaparecieron con números alterados y sin doblar, planchadas. La teoría del “hecho consumado” no funcionó por la impericia y el manejo torpe con el cual se manejó el presidente de la Junta. Me dicen, amigos míos cercanos al presidente Medina, del cual creo ser todavía amigo, que el presidente está indignado con el presidente de la Junta, que entiende que actuó unilateralmente en esa fase del conteo, que le echó a perder la credibilidad de su victoria, que levantó un clima de ilegitimidad haciendo peligrar la gobernabilidad, y que ni siquiera quiere verlo. No sé si eso es cierto pero tiene lógica. Aunque algunas voces respetadas se desgañiten defendiendo el “hecho consumado”, y otras en una penitencia verbal tormentosa, la realidad es que en esta ocasión no funcionó, la duda es irreversible, incluso en quienes no atinan a percatarse lo que significa un posible y no deseable estado de ingobernabilidad futura y se guarecen en la teoría del “hecho consumado”.

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