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ORLANDO DICE

Oposición, derecho, obligación

COMO FARSA.- La oposición a un gobierno no se prepara como un festival de la voz en que gana el participante que canta más alto, o como un concurso de discoteca en que la mesa que más aplauda se queda la niña. Tampoco se anuncia o se solicita venia. La oposición simplemente se ejerce como un derecho, y en ocasiones, como una obligación. La democracia no se explica sin oposición, y en algunos países actúa como instancia de Estado, e incluso se le conceden privilegios. La coyuntura se presta, pero como hecho real y no como declaración. La historia es dialéctica, no mecánica, y Carlos Marx, desde la profundidad del tiempo, recordará lo difícil de repetirla. Primero como tragedia y segundo como farsa. En el 2012, en los días siguientes a las elecciones, el candidato derrotado, Hipólito Mejía, se proclamó jefe de oposición, un cargo que entonces no existía, pero que se consideró como anillo al dedo a la circunstancia. Sin embargo, transcurrió todo el mandato de Danilo Medina y el papel de Mejía dejó mucho que desear. Bajo perfil casi todo el tiempo, y cuando asomó cabeza fue más para elogiar que para criticar...

NUEVO ORDEN.- Ahora se llueve sobre mojado, y no es la canción de Joaquín Sabina y Fito Páez, sino como derivación de unas elecciones perdidas y un candidato derrotado que quiere conservar su condición de jefe de grupo. Oposición a manos, pues. Sin embargo, que la historia no se repita ni como tragedia ni como farsa. ¿Se criticarán las políticas viejas o las nuevas, ya de seguro en carpeta? ¿Visitas sorpresa, servicio 911, Joao Santana o la inefable o perversa reforma fiscal? Conviene mover los pies con prudencia para no chocar otra vez con la misma piedra, pues al final todo se reduce a una canción. Diferenciar los tiempos, y saber distinguir que una cosa es candidato en campaña y otra cosa jefe de oposición de un gobierno nuevo, pero firmemente establecido. Si ahora no se pone más inteligencia en el escenario, o se mejoran las actuaciones, la obra será tan equívoca como la anterior, y por igual pobre concurrencia y escasos aplausos. No es la venganza del agraviado lo que se impone, o lo que importa, sino la reivindicación de un orden que sea más justo en todos los sentidos...

APEARSE, NO MONTARSE.- Dicen los entrenadores de circo que lo difícil no es montarse en el tigre, sino apearse. Lo mismo puede decirse de un candidato respecto a las elecciones. Participar es pan comido, y se toma con la mano, pero no así la derrota, que produce un amargo en la boca que no hay menta que disuelva. Aunque parece que en la actual circunstancia el trance fue peor. Siete aspirantes y un ganador, y pasada la contienda ninguno de los seis reconoce el triunfo del adversario. ¿Falta de nobleza, agravio infinito? La decencia, al parecer, no será norma en la política nacional, pues si se carece de protocolo, o de existir, no se cumple, la urbanidad política será una flor escasa. Extraño el caso, puesto que ninguna otra campaña la palabra de Dios estuvo en la boca de los candidatos. Amaos los unos a los otros fue el principal de sus mandatos, y no pueden amarse, y mucho menos perdonarse, si ni siquiera son capaces de reconocerse. Los que vieron el juego desde las gradas no advirtieron que la ofensa fuera tan grande, y tan irremediable, que ninguno eche agua al vino, y no que celebre, pero que por lo menos brinde a distancia: ¡Salud!...

UNA CADA CUATRO.- La verdad que una felicitación cada año no hace daño, pero menos todavía si es cada cuatro, y sobre todo entre personas que por razones políticas deberán verse la cara más adelante. Oposición es oposición, y en ninguna circunstancia implica enemistad. E incluso no conviene a la sana convivencia política que la distancia se lleve a extremos de irracionalidad. Ahora conviene recordar como en este período los irreconciliables del PRD, Miguel Vargas e Hipólito Mejía, fueron al Palacio Nacional para que el presidente Danilo Medina usara de sus buenos oficios e hiciera llegar a la dirección del PLD sus observaciones o aportes a la Ley de partidos. Esa situación puede repetirse, y sería hasta ridículo acudir a la instancia de una autoridad que no fue reconocida en su momento. No hay que exagerar la nota, y como dice el refrán, a lo hecho, pecho. Pues por dolorosa que haya sido la derrota, e inmenso el disgusto, Danilo Medina ganó los pasados comicios y deberá gobernar por los próximos cuatro años...

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