Diálogo de amor

En aquella mañana presurosa hace ya cuarenta y dos años, no se contemplaba todavía cuanta felicidad traería ese encuentro con el destino, marcado por el sortilegio de una imagen que profetizó un amor para toda la vida. La complicidad de la prisa trae consigo ilusiones inconscientes, que con frecuencia no dejan huellas, pero en Mirtha y Julio sus encuentros vencieron los acasos y sus almas se fundieron en una.

Y la historia eterna de Mirtha y Julio se renueva en cada atardecer.

Viven el sueño más hermoso que alguien pueda imaginar. Con frecuencia cierran los ojos para ver mejor su realidad, entonces el alma sintoniza con los labios y se sorprenden día a día con besos furtivos. De esta manera, continúan más unidos a través del sendero de la entrega y se dicen: dame tu mano te ayudaré a caminar; dame tu corazón te enseñaré a cantar.

Una historia eterna que se repite con gestos y palabras nuevas. Entonces, se dicen, feliz el día en que nos hemos encontrado; feliz la luz en la que nos hemos encontrado. Qué haríamos el uno sin el otro.

Las almas de Mirtha y Julio se unen como alas sobre una misma flor y el sueño de la eternidad está vivo en ellos, vigilado ya por el mismo corazón.

Es una gracia de Dios, vivir unidos cuarenta y dos años en la alegría de un encuentro que es la esperanza de cada alma.

Esta luminosa vigilia es suficiente por si sola para dar a cada día una nueva alegría.