La sinceridad

La sinceridad es la principal virtud para resolver los grandes conflictos, porque en ella descansa la verdad de las soluciones para crear estabilidad y paz entre gobernantes y gobernados. Sincerizando con transparencia los recursos humanos y materiales generados por el trabajo digno, creamos el capital que no se deprecia porque su ahorro está sustentado en la honestidad de sus acciones. La sinceridad es tan importante como la vida misma, porque en ella podemos conocer el valor de existir en la verdad de nuestras conquistas.

La lengua del sincero tiene bondad de corazón; en cambio, la hipocresía y el engaño no encuentran sitio en sus palabras. Con ella se sostiene la dignidad de su carácter ya que desdeña someterse a las artes de la hipocresía. Cuando se dice la verdad hay confianza en sí mismo y se siente temor de mentir, porque las palabras que salen por la boca son los pensamientos del corazón.

La sinceridad es prudente expresando con discreción la razón de su conciencia, ya que el hipócrita se oculta tras su pecho disfrazando sus palabras con la apariencia de la verdad, mientras su verdadero fin es engañar. El mayor castigo del simulador es el continuo tormento cuando su lengua y su corazón están en constante contradicción. Es importante la prevención que debemos tener en la identificación de personajes que persiguen sus metas con la práctica de engañar y mantener espacios que a todas luces reflejan el desgaste de lo extemporáneo.

Tienen que recurrir a lo irreal de su integridad, socavada por lo implacable del tiempo y sus resultados. Entonces pues, la sinceridad de su falsía es el boomerang que los desnuda frente a la verdad de los hechos.

Quiero terminar filosofando en este pensamiento: “Los trabajos que te tomas para esconder lo que eres, son mucho más de lo necesario para llegar a ser lo que aparentas y así los hijos de la sabiduría se burlarán de tu astucia, cuando en medio de tu seguridad se te caiga el disfraz y el dedo del escarnio te señale con desprecio”.