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Duarte y los valores cívicos

La realización de las liturgias al padre fundador de la República, Juan Pablo Duarte, más que un acto de recordación de esa gran epopeya de nuestra historia es un acto de compromiso y de fe. Compromiso de asumir el país libre y soberano, en el que, quienes nos identificamos como dominicanos, seamos capaces de darnos el gobierno y la forma de vida que soberanamente consideremos que mejor nos representa como seres humanos en un mundo cada vez más globalizado. Fe en el porvenir de este colectivo y en su capacidad de forjarse un futuro y una identidad que sirva de ejemplo al mundo de lo que somos capaces de hacer para crear formas de ser y de convivir que nos enaltezcan como seres humanos.

Esta liturgia, debe constituir una oportunidad para reflexionar sobre nuestro quehacer como pueblo y rectificar, si es el caso, el rumbo que debemos seguir para mantener el norte que nos trazaron nuestros padres fundadores.

Debemos recordarle siempre a nuestros estudiantes y tener presente, nosotros los profesores y dirigentes universitarios, que la proeza realizada por Juan Pablo Duarte fue una proeza juvenil. Cuando fundó la asociación patriótica La Trinitaria, apenas tenía 25 años, y cuando se produjo la independencia, en el año 1844, tenía 31 años.

Como universidad, ¿cómo lograr que nuestros jóvenes sean capaces de inspirarse, en su comportamiento, en la figura de Juan Pablo Duarte?

Es indiscutible que el ejemplo de la vida de Duarte, su figura, los valores que le sirvieron de soporte a su accionar público están hoy más vigentes que nunca y constituyen un legado tan valioso como la patria misma. Los valores que él encarnó: la honestidad, la integridad, la solidaridad, el desprendimiento, el interés del bien público sobre el interés personal, entre otros, constituyen parte fundamental de la materia prima que hoy nos hace falta para continuar su obra, aun inconclusa, de forjar una patria libre y soberana en la que sus ciudadanos vivan en paz, en armonía y en justicia.

Son estos valores, precisamente, los que se les exige a la escuela y a las instituciones de educación superior que fomenten y desarrollen en nuestros estudiantes.

Desde los diferentes sectores de la vida social se reclama que asumamos ese reto. Es comprensible este reclamo que se nos hace a las instituciones de educación, ya que el desarrollo de virtudes cívicas en la juventud ha venido a ocupar un lugar central en el currículo de la escuela moderna.

Ante la ausencia de virtudes cívicas en nuestra vida cotidiana, las miradas se dirigen a la escuela. Se considera que la ausencia de estas virtudes constituye un fracaso de la institución escolar. Cada vez más, equivocadamente, se equiparan educación con escolaridad. Se olvida que la educación ocurre en la escuela pero también dondequiera, y a través del medio, mediante el cual se aprende algo. La responsabilidad de la educación no sólo es de la escuela. Otros actores sociales también educan.

Al iniciar estas jornadas del mes de la Patria y evocar el magisterio moral de Juan Pablo Duarte, es oportuno preguntarnos, ¿hasta dónde es función sólo de la escuela el inculcar las virtudes cívicas? ¿Cuál es la responsabilidad de los demás actores sociales?

Estamos de acuerdo que la escuela puede y debe dotar a sus estudiantes de conocimientos y habilidades cívicas. Allí el niño y el joven deben aprender los hechos y los conceptos fundamentales de la vida pública, la estructura del gobierno, cómo éste funciona, la naturaleza del quehacer político y las funciones y responsabilidades ciudadanas. En otras palabras, la escuela es buen medio para dotarlos de los conocimientos cívicos requeridos en la democracia moderna.

También está la escuela bien dotada para proporcionar las habilidades, aptitudes y actitudes en el uso de este conocimiento: aprender a votar, a canalizar peticiones sobre asuntos de interés general, a participar en debates organizados e inteligentes, entre otras.

Sin embargo, eso no es suficiente para adquirir las virtudes cívicas. Estas integran los conocimientos y las habilidades cívicas antes mencionadas con la motivación y los valores cívicos apropiados. En este sentido, debemos reconocer que la escuela compite, a veces con mucha desventaja, con otras agencias socializadoras que son más eficaces en dar a los niños y jóvenes las motivaciones y valores que deben tener al usar los conocimientos y las habilidades cívicas adquiridas en los centros educativos.

Ya Aristóteles nos enseñó que hay dos tipos de virtudes y cada una se adquiere por medios diferentes: la dianotética y la ética. La primera, nos dice Aristóteles, “se origina y crece principalmente por la enseñanzaÖ La ética, en cambio procede de la costumbre”. A este respecto nos sigue diciendo Aristóteles “los legisladores hacen buenos ciudadanos haciéndoles adquirir ciertos hábitos, y ésta es la voluntad de todo legislador; pero los legisladores que no lo hacen bien yerran, y con esto se distingue el buen régimen del malo”. Las virtudes cívicas entran en esta última categoría.

En ese sentido, como institución de educación debemos reclamarle a los demás sectores sociales que asuman su responsabilidad en esta tarea colectiva de educar en valores a nuestros jóvenes. Por ejemplo, los políticos, como lo hizo Juan Pablo Duarte, educan en las virtudes cívicas cuando en su práctica política, sujetan su comportamiento a virtudes cívicas de búsqueda del bien común, honestidad en el desempeño de sus funciones, integridad en el quehacer político, lealtad a los principios en la competencia, sujeción del logro de sus objetivos a principios y valores cívicos, como lo evidencia la vida ejemplar, fiel a estos valores, de nuestro patricio, Juan Pablo Duarte.

Sólo cuando los políticos y los demás actores sociales asuman el papel que les corresponde de ser educadores, con su ejemplo, para formar en virtudes cívicas a nuestra juventud podemos esperar un futuro promisorio para nuestro país.

A la escuela le resulta más difícil promover virtudes cívicas en la vida política de la nación, cuando, en ese mundo, para tener éxito, se acepta como bueno y válido el pisotear estas virtudes.

Lo que la escuela hace en las horas que el estudiante pasa en sus aulas tiene menos peso que lo que ellos observan hacer a los políticos y a sus padres durante las otras horas del día.

El autor es rector de UNAPEC

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