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Tiempo para el alma

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Josefina Navarrojosefinanavarrog@gmail.com

“Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que, con sólo tocarle el manto, se curaría. Jesús se volvió, y al verla le dijo: “¡Animo, hija! Tu fe te ha curado. Mt. 9: 20-22.

Pienso en la mujer enferma de la que habla Mateo en el pasaje bíblico de referencia. Pienso en cómo se habría hecho paso entre la multitud para acercarse a Jesús. Pienso en lo convencida que estaba del poder de aquel joven hombre despreciado y cuestionado por otros. Pienso en la certeza que tenía de que un pequeño, un simple, un leve contacto con él la liberaría de su sufrimiento. Si ella hubiera estado en aquel momento en que Jesús caminó sobre el mar en la penumbra, también lo habría intentado sin caerse, sin flaquear, sin hundirse; ella no hubiera sido cuestionada por Jesús por su poca fe; no, ¡qué va! Quizás tampoco lo hubiera negado tres veces, y tal vez lo hubiera reconocido al partir el pan.

“¡Ánimo, hija! ¡Tu fe te ha curado!”, otras traducciones dicen: “¡Ánimo, hija! ¡Tu fe te ha salvado!” ¿Existe un medidor de fe? Esta señora supera el tope: “Si tan solo pudiera tocar el borde de su manto”. Solo eso y daría fin a 12 años de enfermedad.

Lo tocó y ocurrió lo que esperaba, lo que deseaba, lo que estaba segura de que ocurriría. Ese si-tan-solo fue una oración, una poesía para nuestro señor. Jesús la sintió y sanó, curó; Jesús es al que oramos, al que creemos. Hagamos poesía también con nuestra fe. Si tan solo...

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