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EL BULEVAR DE LA VIDA

Cronicanto de amor a un pobre país rico

EXPLICO ALGUNAS COSAS. Cuando somos ejemplo de estabilidad macroeconómica en la región; aumenta el número de aulas y maestros, y existe una jornada de tanda escolar extendida que es una chulería; cuando al fin se construyen las estancias infantiles para los hijos de unos pobres que en su mayoría (3.3 millones) disponen ya de seguro de salud SENASA; pues mire usted, que ahora somos más pobres que nunca, aunque haya disminuido la tasa de pobreza, y ya me explico: somos pobres porque el Estado ha ido perdiendo la capacidad de regular la vida social del país, de aprobar unas leyes en el Congreso, cumplirlas y hacerlas cumplir desde el Gobierno, con la Justicia como gran árbitro y las Fuerzas Armadas, por si acaso. Somos pobres por culpa de Mario Benedetti que escribió, “una cosa es morirse de dolor/ y otra cosa es morirse de vergüenza”. Una cosa es ser pobre y tener necesidades básicas no satisfechas, y otra muy diferente es vivir en el horror de una sociedad violenta y arrabalizada, un hormiguero pateado, en la incertidumbre de una madre porque son las doce “y su muchacho aún no ha llegado”.

UN EJEMPLO BANILEJO. Puestos a hablar de arrabalización y de la NO aplicación de un régimen de consecuencias, les cuento que en Baní existe un colmadón ubicado en la esquina formada por las calles (U) Ladislao Guerrero y General Duvergé, que es la suma de todas las violaciones a todas las leyes imaginables (medio ambiente, municipal de ordenación territorial, de tránsitoÖ). Sin embargo, después de un año de todo tipo de quejas de ciudadanos, no ha habido en Baní, Policía Nacional o Interpol, Ayuntamiento, Oficina Senatorial o Recámara “Diputacional” en blanco o en morado, Ministerio de Medio Ambiente o ambiente entero, capaz de aplicar la ley a quien las viola casi todas. Después de este caso, que está a la vista de quien quiera verlo, y sabiendo que cada dominicano tiene el suyo, uno se pregunta: ¿Es legítimamente moral que el Estado aplique selectivamente las leyes, sólo y exclusivamente al hombre de a pie, que por no ser mayoría no puede dañar gobiernos ni partidos, y por decente es incapaz de constituirse en banda armada para realizar prácticas de terror en calles, ciudades o campos? Ese comportamiento del Estado y sus instituciones está conduciendo el país hacia la arrabalización y la anarquía más generalizada. Hablo de una arrabalización que tiene en la campaña electoral su mejor vitrina. Un asco. En Baní estuve el domingo, donde tocaba el turno de hacer campaña al otrora partido del orden y la disciplina, el PLD, pero aquello fue el infierno. Una MÖ y no de martes, una bacanal de romo da’o, ruido y basura para un mercado electoral al que le importa un carajo las propuestas de los partidos, lo que piensa un candidato. Es cierto, muy señores míos, así se ganan las elecciones, tienen razón, pero también, así se pierde un país. Frente a mi casa banileja, donde viven dos ancianos de 91 y 86 años, que son mis padres, había colocada una de tantas “discolight”. Cuando entré a la casa, encontré a mis viejos en la habitación del fondo, nerviosos, consolados por una de mis hermanas, con un dolor de cabeza a dúo y la presión arterial por los aires. (Esos son los momentos en que uno comprende por qué las desgracias ocurren.)

UNA ADVERTENCIA. Entonces, ante lo vivido, a esa partidocracia entera, a todos sus miembros, los que están y los que aspiran a estar, les recuerdo que un país puede sobrevivir a dictaduras, golpes de Estado, revoluciones, doce años, a ciclones como David, terremotos en la isla; puede un país, incluso, sobrevivir a la ausencia de las muchachas de doña Herminia, pero para lograrlo necesita tener fe, que le inspire una esperanza, que sus hijos crean que el mañana será distinto y habrá mañana. La gran tragedia de un país no es dejar de creer en Buda, Jehová, Mahoma, Dios o en Carlos Marx, sino dejar de creer en sí mismo.

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