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FIGURAS DE ESTE MUNDO

Pedro Henríquez Ureña

Nada resultó más fructífero para la formación de Pedro Henríquez Ureña que las primeras instrucciones del hogar. Su hermana, Camila, decía que su madre, Salomé Ureña, solía leerles a Pedro y Max diversas obras literarias. Incluso les traducía de varias lenguas extranjeras bellísimos pasajes selectos.

Una representación del dramaturgo inglés Shakespeares, realizada por un actor italiano en Santo Domingo, atrajo el interés de los tres hermanitos, especialmente de los dos varones. Al día siguiente se presentaron en la librería más importante de Santo Domingo, a pedirle al librero que les vendiera las obras completas de William Shakespeare.

El librero soltó una carcajada y les dijo: “Ustedes no pueden entender esto.” “¡Oh, sí! -le dijo Max. Lo entendemos y nos gusta mucho”.

El librero seguía riendo, y se negaba a venderles los libros. Pedro, el más sosegado de los dos, acalló a Max y le dijo: “Mañana volveremos con papá”. Al otro día regresaron con su padre, Francisco Henríquez y Carvajal, y el librero no tuvo más remedio que vender las obras, con gran sorpresa, a aquellos apasionados muchachitos. No es, pues, extraño que -particularmente Pedro-, entrado en años, llegara a poseer una cultura humanística casi legendaria.

Este relato, inspirado en las primeras enseñanzas de Pedro Henríquez Ureña, se nos antoja oportuno hoy. Traen al recuerdo una verdad que, a veces, se olvida: que el tiempo que dedica una madre (o un padre) a la educación de sus hijos puede ser decisivo para su porvenir. Y corroboran las palabras del libro de los Proverbios, que figuran en el capítulo 22: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.

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