Fausto Rey

Desde que comenzó a cantar, hace ya muchas décadas, he sido un admirador de Fausto Rey. Alguna vez nos vimos y conversamos con frecuencia, porque prácticamente vivía en el segundo nivel de la casa donde yo residía, en la calle Cervantes de Gascue.

Han pasado no sé cuántos años y, cuando en la radio salta a mis oídos una grabación de “El Niche”, tengo que hacerme la misma pregunta que nunca ha tenido respuesta: ¿Cómo es posible que una voz tan agradable, afinada, bien modulada y con una tesitura envidiable, no haya trascendido a los mercados internacionales, convirtiendo a Fausto en un hombre económicamente acomodado, si no rico? ¿No ha encontrado Fausto en el curso de su vida artística a un influyente promotor o manager que, igual nosotros, se impresionara con su voz y decidiera invertir en lanzarlo, por lo menos en toda Hispanoamérica?

Pensando en estas cosas, no puedo evitar hacer comparaciones sin acabar de comprender cómo tantos bocas de burros que rezongan y rebuznan con un desafine monstruoso, llenan su calendario anual de presentaciones muy bien pagadas y reciben royalties por sus grabaciones que les permiten llevar una vida de extravagancias en todos los órdenes, incluyendo escándalos que les son perdonados reiteradamente por una sociedad acostumbrada ya a veleidades y vagabunderías. No tengo que hacer aquí una lista de nombres para que usted también haga su evaluación comparativa y termine en la misma pregunta que me asalta siempre. Desde luego, desconozco si hay otros factores que incidieron para evitar que Fausto alcanzara el éxito que merece. No sé si la oportunidad le pasó por el frente y no supo atraparla.

Hace mucho tiempo que no voy a oírle cantar cuando se presenta aquí en el país, cosa que solía hacer antes, pero me dicen que conserva casi incólume su tesitura de antaño, por lo que creo que aún no es tarde para Fausto. Hay vida, hay voz y la madurez tiene que haber hecho su labor de razonamiento y corrección de posibles rumbos erráticos, si es que existieron.