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TIEMPO PARA EL ALMA

“Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias”.

Sal. 50: 18, 19.

¿De qué vale abstenerme de los placeres gastronómicos los viernes de Cuaresma, si me sacio de indiferencia ante las necesidades de otros? ¿De qué vale rezar si no medito en mis Dios quiere para mí? ¿De qué vale hacer el Rosario sin fe? ¿De qué vale confesarme para poder comulgar frente a la comunidad, si maldigo una y otra vez en la casa, en el carro, en las redes sociales? ¿De qué vale mostrar el continente sin contenido? Dios, mis queridos lectores, no es simplemente listo, es el omnipresente en todos los espacios, incluso en el más secreto rincón de nuestra alma.

Él sabe cuál es el sacrificio real, Él sabe sobre cuál base nos sustentamos.

A Dios no le satisfacen los fuegos artificiales con los que engañamos a los demás y a veces a nosotros mismos; lo que le agrada es la integridad de nuestro cristianismo, la honestidad de nuestro corazón.

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