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FE Y ACONTECER

“Sácianos de tu misericordia, Señor, y toda nuestra vida será alegría y júbilo”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario a) Del libro de la Sabiduría 7, 7-11. El sabio, comienza la lectura de hoy, suplicando que se le conceda la prudencia; “invoqué y vino a mí el espíritu de la sabiduría... La preferí a cetros y tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza....

La quise más que la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz... Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables”.

Los libros sapienciales, de los cuales es parte la sabiduría, forman uno de los grupos de libros bíblicos con perfil propio, netamente distinto de la literatura profética, de los cuerpos legales y de las obras narrativas.

El tema de la justicia en el gobierno es de buena ascendencia sapiencial: “El trono se afianza con la justicia”, enseña Proverbios 16, 12.

El discurso sobre la justicia, sobre todo es crítico, es provocado muchas veces por la práctica de la injusticia establecida, de los que dictan sentencias en nombre de la Ley (Salmo 94, 20).

A diferencia de los otros libros sapienciales, el autor de la Sabiduría se mueve en el horizonte del destino inmortal del ser humano: “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser (2, 23). Cfr. Introducción al libro de la Sabiduría.

b) De la Carta a los Hebreos

4, 12-13.

En otro lugar hemos dicho que los destinatarios de esta carta eran los hebreos, o sea los judíos convertidos al cristianismo y así piensa la mayoría de los autores.

“La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se unen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura oculta a su vista, todo está desnudo y expuesto a sus ojos. A ella rendiremos cuentas”.

La exhortación no podía quedarse en los peligros del camino. La marcha, aunque difícil está iluminada por la meta: la promesa del descanso.

El predicador, siguiendo con el salmo 95, 7-11 afirma que esa promesa hecha al pueblo judío sigue en pie, y no es otra sino la participación en el descanso sabático.

Esa fue, en realidad, la promesa hecha al pueblo judío, aunque en un principio pensaron que se trataba de la promesa terrena de la conquista y ocupación de Palestina.

Pero cuando ya eran dueños de la tierra, la Palabra de Dios los siguió exhortando a la fidelidad y a no endurecer el corazón para poder entrar un día en el descanso sabático. Esta buena noticia ya anunciada al pueblo judío, es la que se nos anuncia con la misma y urgente invitación a recibirla y a que nos comprometamos con ella por la fe. (Cfr. Nota - comentario al texto de Hebreos 4, 1-13).

c) Del Evangelio según San

Marcos 10, 17-30.

A los que estamos familiarizados con los Evangelios nos resultan sumamente aleccionadores los textos de los evangelistas, como el de hoy.

“Cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: - Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”.

A cualquier persona puede resultarle extraña esta pregunta sencillamente porque para un judío estaba muy clara la respuesta que le da Jesús: “Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”.

Él le replicó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta: vende todo lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.

¿Cuál fue la reacción del interlocutor de Jesús? Dice San Marcos que “a estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”.

Jesús mirando alrededor dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!”.

Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: - Hijos ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.

Ellos se espantaron y comentaban: - Entonces, ¿quién puede salvarse? Jesús se les quedó mirando y les dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.

Hay que reconocer que Jesús era un Maestro excepcional. Ante el desconcierto de los Apóstoles, “¿quién puede salvarse?” La respuesta del Señor es de una admirable sencillez: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.

Podemos concluir esta reflexión. Dejar lo que se tiene para seguir a Jesucristo es una condición básica cristiana, con riquezas adheridas a nuestro corazón es imposible entrar en el Reino de los cielos.

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