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Es para preocuparse, caballero…

Zygmunt Bauman, el fi lósofo, sociólogo y ensayista polaco, uno de esos ancianos cuya luminosidad de pensamiento, orienta y conceptualiza criterios en la post modernidad, identifi ca lo que él llama el paso de una modernidad sólida a una modernidad liquida, en que “las formas sociales ya no sirven de referencia para las acciones humanas y las estrategias a largo plazo, porque se descomponen, y se derriten antes de que se cuente con el tiempo necesario para asumirlas, la separación entre política y poder, debido al desplazamiento del poder hacia el incontrolable espacio global, y el irremediable destino de la política, a actuar únicamente en el ámbito local, la gradual pero sistemática supresión o reducción de los seguros públicos, que priva a la acción colectiva de gran parte de su antiguo atractivo, y socava los fundamentos de la solidaridad social, el colapso del pensamiento, de la planifi cación y la acción a largo plazo, la responsabilidad del individuo de soportar las consecuencia de sus elecciones, que ya no tienen unas normas a las que ceñirse, sino que deben guiarse por la fl exibilidad: la presteza para cambiar de tácticas y estilos en un santiamén, para abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimiento, y para ir en pos de oportunidades según la disponibilidad del momento”.

He releído a Bauman para comprender la realidad social y política dominicana, para descifrar lo que él llama, “el colapso del pensamiento” y la asunción de formas primarias de supervivencia ideológica, de espaldas a toda noción social solidaria o identifi cación de normas y lealtades. Ahora comprendo, el porqué, la puesta en circulación de una obra, provocadora intelectualmente, como “El Político”, del exquisito intelectual, doctor Leonte Brea González, probablemente el estudio más completo y riguroso del quehacer editorial dominicano de los últimos cuarenta años, que puede equipararse a los textos fundacionales de Juan Bosch ( “De Cristóbal Colón a Fidel Castro, El Caribe frontera Imperial” y “Composición Social dominicana”), de Juan Isidro Jiménes Grullón (Sociología Política dominicana, tres tomos, y “La República Dominicana, una fi cción”) o de Pedro Andrés Pérez Cabral, Corpito (“La Comunidad Mulata”), no provoca una tempestad de debates, de discusiones y planteamientos críticos, como si su impresión, luego de un par de meses, se convirtiera en pura estadística de consumo limitado.

En medio de la barahúnda mediática, se produce un incremento en demasía de la popularidad basada en lo vulgar, no en lo popular, lo que Raúl Gabás llamó estética anestésica, considerada, “no como vía de acceso sensible al sentido o la trascendencia, sino como anestesia y parálisis. Por medio de la inmanencia de la belleza, la plétora de sensaciones conduce paradójicamente al hechizo de los sentidos, a la narcosis del discernimiento, a esa suerte de general indistinción… incluso la ética propende a ser en la post modernidad, una ética aisthetica, puesto que también los comportamientos individuales están regidos por el clima estetizante… el esteticismo imperante sofoca la genuina estética entendida como aletheia o desvelamiento. Pertrechada con su formidable utillaje tecno industrial, galvanizada en los últimos años por las deslumbrantes tecnologías digitales, la cultura mediática tiene a tamizar estéticamente por entero el campo de la vida...”.

Todo esto viene producto de una refl exión crítica, a propósito de Bauman, cuando puntualiza sobre la carencia de normas, la deserción del rigor al abordar los valores culturales, cavilando sobre la notoriedad de algunos de los supuestos o reales exponentes de la música popular en el país. Entiendo y abogo por el apuntalamiento de la cultura popular. La he defendido como parte de la cultura nacional. Toda una praxis consecuente y probada a través de mi vida. Ahora bien, no entiendo la fama de lo vulgar que no confundo necesariamente con lo popular, como parte del clima “estetizante” predominante en las redes. Por ejemplo, acabo de enterarme, que los artistas Romeo, Prince Royce y Mozart La Para, son los únicos cantantes dominicanos que alcanzan los 7 dígitos de seguidores en “Instagram”. Ante tal desaguisado, me pregunto, ¿dónde están, el verdadero Mozart, Beethoven, Bach, Wagner, Chopin, Schubert, para mencionar algunos clásicos? ¿Dónde están Pavarotti, Plácido Domingo o nuestro Francisco Casasnovas? ¿Dónde están para unir lo culto y lo popular, los seguidores de Eduardo Brito, Jacinto Gimbernard, Manuel Rueda, Casandra Damirón, Josefi na Miniño, Nereida Rodríguez, Joseíto Mateo, Johnny Ventura, Ivonne Haza, Rafael Colón, Fausto Cepeda, Napoleón Dhimes, Julio De Windt, Frank Lendor, Arístides Incháustegui, Sonia Silvestre, Anthony Ríos, Víctor Víctor, Rafael Sánchez Cestero, Luis Alberti, Guarionex Aquino, Alberto Beltrán, Catana Pérez de Cuello, Dante Cucurullo, Carlos Piantini, Rafael Solano, María Irene, Papa Molina, José Antonio Molina, Lope Balaguer, Michael Camilo, José Dolores Cerón, Henry Ely, Billo Frómeta, Manuel Tejada, Julio Alberto Hernández, Juan Lockward, Floralba del Monte, José del Monte, Francis Santana, Manuel Simó, Miriam Ariza, Salvador Sturla, Aída Bonelly, Fernando Villalona, Milly Quezada, Wilfrido Vargas, Jorge Taveras, Ñico Lora, entre otros?

¿Y los seguidores del buen gusto y la calidad artística? ¿No pueden abrir cuentas en Internet, no pueden liderar “Instagram” y airear esos espacios de muertos y vivos, permanencia de la mejor tradición musical y cultural ¿Puede haber placer más alto, que aquel que suscribe el espíritu y lo consagra por la trascendencia estética, por el gozo infi nito de la hondura armoniosa de la excelente música, popular y culta?

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