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FIGURAS DE ESTE MUNDO

Ibarbourou

Casada y feliz desde los dieciocho años, Juana de Ibarbourou, poetisa uruguaya, vivió una satisfecha existencia doméstica y maternal, y al final se retiró a meditar. Su poesía evolucionó desde los poemas juveniles hasta los de plena madurez. Fue en un principio la cantora pagana de la carne y de tumultuosas floraciones, pero sus versos postreros eran místicos como los de “Estampas de la Biblia”.

Lo más memorable de su poesía se encuentra en sus primeros libros, pletóricos de sensualidad y lozanía, con notas de ingenuidad: “Crecí/ para ti./ Tálame. Mi acacia/ implora a tus manos un golpe de gracia”.

Su primer poemario, “Las lenguas de diamante”, publicado en 1919 en Buenos Aires, es una explosión de júbilo, de amor y esperanza. La joven provinciana, de llamativa personalidad, lanzó su obra más allá de Uruguay y fue aclamada en todo el continente.

Diez años más tarde, surge otro poemario, “La rosa de los vientos”, en que se muestra una marcada evolución en el lenguaje. Podría decirse que sus versos se hallan más elaborados, menos sencillos y espontáneos. Se entregó, en los últimos años, a la meditación y hallaba inspiración en lecturas místicas y en temas bíblicos. Dijo una vez: “La Biblia es siempre para mí el enorme poema histórico y divino, en el que todas las noches necesito leer un rato antes de dormirme para que se me enriquezca de belleza y poesía mi mundo de fantasmas”.

La palabra de Dios llega en todos los tiempos, a todos los casos, hasta para quienes buscan nutrirse de su belleza y poesía. “Si tu ley no hubiese sido mi delicia -reza el Salmo 119-, ya en mi aflicción hubiera perecido”.

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