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EN PLURAL

Viaje a mi intrahistoria

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Yvelisse Prats Ramírez De PérezSanto Domingo

Tengo gripe, y además preocupaciones. Cuando estoy así echo a un lado los libros, las meditaciones sesudas. Me instalo en casa. No en la que habito ahora con Mario, sino en la de mis padres. En ese recuerdo me acurruco, me sedo, retorno a la niñez.

La casa es la de la calle Mercedes No. 104, Altos. Ahí pasé desde los 6 hasta los 23 años. Aquí estoy de nuevo, traída por la imaginación y la querencia, acomodada en la camita con altas columnas que soportan el infaltable mosquitero. Los visitantes habituales ya se han marchado, pero siento aún despiertos a papá y mamá levantados, me parece oír sus voces comentando las incidencias de la tertulia reciente.

Como un sueño dentro de otro sueño, empiezo a evocar esos encuentros, los nombres van surgiendo y me traslado de la camita, a la terraza de mi casa, con mi traje invisible de viajera en el tiempo.

Esta tertulia era descendiente legítima de Sociedad “El Paladión”, espacio cultural, fue papá el que presidió alguna vez y que dio mucho que hablar en los años 20 del siglo pasado.

Un magnífico texto publicado con el auspicio del Archivo General de la Nación, recoge fidedignamente la labor cultural, ideológica, política de El Paladión.

Destruida la sociedad por el ventarrón que se inició con el Ciclón San Zenón y que duró durante 30 años, el Trujillato, sus fundadores y otros intelectuales afines se reunían por las tardes, volviéndose rutina casi religiosa en la casa de Las Mercedes.

El primer aviso de llegada a las 4 en punto, era el sonido rítmico del bastón de Carlos Sánchez y Sánchez, subiendo la escalera de la casa. Como era el primero en llegar, se acomodaba en la mejor mecedora.

Luego, llegaban los otros, Manuel A. Amiama, “Cundo”, para sus amigos, Máximo Coiscou, Virgilio Díaz Ordoñez, conocido en poesía como Ligio Vizardi, Andrés Avelino, Gustavo Adolfo Mejía, los Dres. Cohen, y Luis Valdez, Juan Fco. Sánchez. Antes de exiliarse, Juan Bosch y Pedro Mir, ambos de una generación más joven.

Venían también, otros jóvenes, con la osadía de sus talentos precoces: José Aníbal Sánchez Fernández, Chito Henríquez, y como patriarca respetado, el poeta Fabio Fiallo.

A ese contingente nacional poderoso, en ideas nutridas por años de lecturas, se suma a la tertulia un grupo de intelectuales europeos que al inicio de la década del 40 escapaban del fascismo y el nazismo.

En mi evocación, distingo dos parejas especiales: el judío-alemán Eruin Walter Palm que nos dejó la joya sobre “Monumentos Coloniales”, y su esposa Hilde, quien al regreso a Alemania se reveló, cuarentona ya, como una gran poeta, asumiendo como apellido Domin como homenaje a nuestro país.

La otra, la del Dr. Constancio Bernaldo de Quirós, criminalista famoso, y su esposa, ambos muy mayores andaban siempre cogidos de la mano como tortolitos.

Veo a Luis Alaminos, a Fernando Sanz y también a Amós Sabrás Gurrea, quien revolucionó la enseñanza de las Matemáticas en RD, también a un pintor cuyo nombre no recuerdo, que hizo un cuadro: “Sombra y Luz de Yvelisse” con mi cara de frente y de perfil, flaquita y con ojos asombrados entre una lluvia de cayenas. Cuando se fue del país, llevó el retrato, para exponerlo, y nunca lo recuperé.

Todo esto, como en una proyección en laptop, fulgurantes, lo vi anoche, lo juro. Viajé a esa casa donde crecí, con mi fiebre a cuestas, buscando la paz y la ternura que rodeo mi infancia.

Mi hogar estuvo bendecido por un espíritu de esplendidas apetencias de encuentros de ideas, y sentimientos sabios y nobles que en la seguridad paterna de la casa podían expresarse libremente, aun en medio del ambiente espeso de prohibiciones y miedo.

De ahí, que en este viaje me sitúo en la terraza atraída magnéticamente por la escena que he ido recreando, un contexto que no encuentro ya en República Dominicana: amistades duraderas, lealtades reales, aunque silenciosas a los principios, brazos abiertos a la otredad, calor de nido, café compartido y solidario.

Después de observar la escena, empapada en sabiduría, en ansias de la libertad, refrenada, que allí se expresaban como desahogo, volví sin hacer ruido, fantasma como era, a mi camita de niña. Acostada, me dispuse a hacer el viaje de vuelta, a mi otra casa, la de mi realidad, llena de problemas.

¿Sueño, añoranza o percepción febril? No lo sé, pero este viaje a la intrahistoria familiar tuvo efectos positivos: me sacó del marasmo de la fiebre y me dio elementos de un relato que me permite escribir este En Plural, tan personal y subjetivo que a lo mejor no le interese a nadie, sino a descendientes míos, o de aquellos tertulianos que se reunían para vivir con palabras lo que les negaban dos tiranías.

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