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COGIÉNDOLO SUAVE

La agonía del libro impreso

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Mario Emilio PérezSanto Domingo

Miraba los ejemplares colocados en los estantes de Centro Cuesta del Libro, principal distribuidor de mis obras, cuando sentí la suave caricia de una mano sobre mis hombros.

Al volverme, mis ojos chocaron con la mirada afectuosa de una dama, cuya apariencia me llevó a la percepción de que andaría por la sexta década vivencial.

-¿Por qué sólo tiene dos de sus libros en circulación, siendo uno de los autores más leídos del país? -preguntó.

-Seguramente no ignora que estamos en la era de la computadora, de la cultura digital, y que sólo personas añejadas como yo buscan el libro impreso- respondí, halagado por la dosis de egocilina contenida en su apreciación.

-Debió decir, como nosotros- dijo, manteniendo en el rostro la risueña expresión que a veces acompaña a quien conversa con alguien que le cae bien.

-No creo que sea usted una persona de la tercera edad- afirmé, con la mentira a la que nos conduce la llamada buena educación.

-Me atrevería a decir que estoy rondando la cuarta- fue la respuesta de la dama, que de inmediato se echó a reír, mientras yo mantenía la cara seria, como de quien está en desacuerdo con algo que acaba de oír.

-Le agradezco que quiera que publique mayor cantidad de libros, pero por las razones que expuse, creo que dos obras de mil ejemplares son, más que un reto, una temeridad. Y le informo que mis próximas ediciones no pasarán de quinientos libros- repliqué, poniendo fin al tema de la edad, peligroso cuando se conversa con una mujer.

-Esa cantidad le queda chiquita a un escritor sobre temas de humor, porque aquí todo el mundo quiere encontrar la forma de reír, y sus libros son una buena cura para las tensiones causadas por la delincuencia y las alzas de los precios de los artículos de primera y hasta de última necesidad.

La respuesta de la afable señora casi me llevó a comunicarme con mi impresor Nelson Soto para encargarle la reedición de alguna de mis obras.

No lo hice, al recordar que dos ilustres escritores recientemente informaron en diarios de circulación nacional que habían publicado libros en sendas ediciones de cien y ciento cincuenta ejemplares.

Además, hace un tiempo que cerraron sus puertas varias librerías, y que La Trinitaria no ha corrido la misma suerte por el perseverante optimismo de la distribuidora exclusiva de obras de autores criollos Virtudes Uribe. Ella está convencida de que la afición por el libro impreso retornará a un pueblo, del cual un escritor pesimista dijo que “no lee ni las indicaciones de los medicamentos”.

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