Un pulguero de país

El pasado domingo conduje por la carretera Sánchez, tratando de subir hacia el elevado de la Luperón, lo que resultó imposible, ya que ese espacio ha sido secuestrado por decenas de tarantines del llamado Mercado de las Pulgas. Debí continuar derecho, avanzando a paso de tortuga, con mucha paciencia, hasta poder, con la ayuda de una agente de la Amet, doblar a la izquierda, bajar al malecón, dar la vuelta por debajo del elevado que está luego de los moteles y volver a subir por el de la Luperón, desde cuya altura pude apreciar la otra parte del famoso Mercado de Pulgas.

Confieso que nunca había visto aquello; solo había oído referencias de algunos visitantes y leído uno que otro reportaje en la prensa, pero no tenía la menor idea de en qué consistía. Verlo me produjo tal sensación de derrota, que me quedé largo rato aturdido. Mi madre y mi esposa se dieron cuenta de mi abstracción y me preguntaron qué me ocurría. Con tono nada entusiasta les dije: Miren, ese desorden monumental que acabamos de ver, que, primero, no es mercado de pulgas como los que conocemos en otras latitudes y, segundo, no tiene el menor orden ni la menor higiene, es exactamente una homologación de la República Dominicana en todo sentido.

Ese caos, desorden, suciedad; ese sálvese quien pueda y todo lo visto allí, es exactamente lo que ocurre con los componentes que estructuran esta sociedad en la que vivimos. Pónganse a analizar la falta eterna de luz y agua; la crisis en los hospitales; la compra y venta del apoyo político; la invasión haitiana interminable, dejando ricos a industriales, políticos y militares; los falsificadores de medicinas; la seguridad en manos de delincuentes, las eternas cañadas de aguas negras, la ineficacia de una política medioambientalista y así, uno por uno, hasta ver que no exagero al decir que nuestro país es una copia exacta de ese mercado de pulgas, donde, para no ser injustos, a veces se encuentran cosas que valen la pena, igual las excepciones nacionales.