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MUCHACHOS CON DON BOSCO

Familia, unión entre hombre y mujer

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Juan Linares, SdbSanto Domingo

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La familia como ser natural, debe ser respetada en su identidad original y no puede ser cambiada sujetándola al capricho individual, convirtiéndola en un derecho a ser manejado a conveniencia cuando, en verdad, es un deber a conservar desde su identidad.

De hecho, una lectura parcial, en clave exclusivamente sociológica, del término cultura, unida a cierto énfasis sobre su influencia en la naturaleza del hombre, lleva a poner en duda la legitimidad de un discurso sobre el hombre y la mujer en cuanto tal, capaz, por tanto, de defender la unidad.

Se está dando el caso de que hoy hablamos de “nuevos modelos de familia” porque debido a la ciencia se puede fabricar un hijo mediante técnicas de inseminación artificial.

En la sociedad contemporánea occidental parece natural la existencia de distintos modelos de familia. Sin duda esto se debe a una mala comprensión antropológica del ser humano y al inusitado asentamiento de una cosmovisión nihilista donde la verdad y el bien último ocupan un lugar poco o nada relevante.

Ante estos hechos, hemos de preguntarnos: ¿la familia tiene una dimensión esencial o indeterminada?

Ciertamente, lo mismo que decimos: “Con la persona no se puede jugar”, podemos decir con la misma fuerza: “Con la familia no se puede jugar”, pues ella es algo esencial y no mediático.

El hombre es visto como un mero sujeto histórico sin trascendencia alguna cuya vida se limita a convivir entre las sensaciones y las experiencias de un mundo carente de significado y de compromiso. Por tanto, como podemos darnos cuenta, es preciso redescubrir el ser, la verdad y el bien; es decir, urge de modo imperioso una antropología y una metafísica de lo trascendente donde los valores cristianos se revelen como fruto de la naturaleza y de la necesidad ontológica de la persona humana. En este sentido, el matrimonio y la familia no son producto del interés particular de la persona, sino que son consecuencia del amor, inagotable en el tiempo, de un hombre y de una mujer, cuyo amor adquiere un compromiso entre ellos y con la nueva vida humana que nace de ese amor que Dios ha establecido con los esposos.

La familia, cristiana o no cristiana, es fruto de la unión en matrimonio de un hombre y una mujer. Esta unión no es simplemente de carácter jurídico o socioeconómico, sino principal y fundamentalmente es una unidad de amor solidario hacia los hijos en cuanto que es la responsable de la enseñanza y transmisión de los valores necesarios para hacer viable a estos como personas humanas y su consecuente proceso de socialización.

Estamos ante un serio compromiso que hemos de asumir hacia nosotros y que hemos de divulgar en toda la sociedad. La degradación de la familia trae consecuencias funestas para la persona y para la sociedad.

Hemos de ser testimonio como auténticas familias cristianas y hemos de defender la familia tal como fue creada por Dios.

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