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Sepulturero de la OEA

En cada nueva crisis regional, la Organización de Estados Americanos demuestra lo inservible que resulta para cumplir con la función mínima de fomentar el diálogo y la paz en las Américas… Y si algo de prestigio le queda, terminará perdiéndolo ahora bajo la conducción de Luis Almagro Lemes.

El pobrísimo manejo del conflicto entre Haití y la República Dominicana por este nuevo secretario general permite apreciar con claridad lo desafortunada que fue su elección en uno de los momentos más delicados en la historia de ese organismo regional, cuando requería precisamente una conducción sabia, inteligente, aguda...

La OEA ha perdido credibilidad a una velocidad alarmante. Son varios los conflictos regionales donde ha fracasado demostrando su inoperancia y debilidad institucional: la crisis Ecuador-Colombia; los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, y la postura irresponsable y ambivalente frente a la crisis política en Venezuela.

Por esas y otras muchas razones, países tan importantes como Colombia, México, Ecuador, Argentina, Brasil, la propia Venezuela y hasta los Estados Unidos, han manifestado malestar por su desempeño y han llamado a cambios profundos en la dinámica de esa organización.

Almagro llegó a la Secretaria General con la encomienda de transformar y devolver credibilidad a la OEA… Pero visto su desempeño en la crisis diplomática entre Haití y la República Dominicana, las perspectivas son que superará incluso la incompetencia de su predecesor. Y si es verdad que terminó su “luna de miel”, como establecen despachos de la prensa internacional, la culpa es de su incapacidad e impericia y no de República Dominicana ni de Venezuela.

Ese caballero comenzó a dar muestras de incompetencia desde el momento en que habló en la sesión del Consejo Permanente que recibió al ministro de Relaciones Exteriores, Andrés Navarro. De forma torpe, en un conflicto que recién caía en sus manos, fijó abiertamente posición a favor de una de las partes con una arrogancia y una falta de cortesía propias de un inédito desaplomo diplomático.

Luego fue la macarrónica inferencia sobre la cantidad de países que “generalmente” se encuentran en una isla, evidenciando ignorancia elemental y desconocimiento de geografía regional, además de una absoluta incapacidad diplomática… Porque hay que ser muy torpe para hacer semejante referencia en momentos en que se tensa la cuerda entre Haití y República Dominicana.

Por eso a nadie debió sorprender que un informe de esa Secretaría General preparado por la comisión que visitó ambos lados de la Isla fuera cuanto menos mezquino e intrascendente…

Y que, redactado con el único objetivo de justificar las sesgadas y lamentables posiciones del señor Almagro, bien podría ser un modelo sobre cómo describir una situación a partir de puras naderías y hacer recomendaciones sobre bases que no se consignan haber constatado en el campo.

Esa comisión no tenía que visitar el país para “reconocer el derecho” de la República Dominicana a establecer sus políticas internas… Ese derecho fue adquirido el 27 de febrero del año 1844, restablecido el 16 de agosto de 1863, y batallado con hidalguía en los días subsiguientes al 28 de abril de 1965.

Por eso el Gobierno, ante la sugerencia del informe de “facilitar el diálogo entre ambos países”, respondió con firmeza y estableció que la política migratoria dominicana y sus mecanismos de aplicación “son de la exclusiva competencia de nuestro Estado y no son objeto de negociaciones”… Señalando que “la República Dominicana reafirma que no ha solicitado ni requiere de la intermediación de la Secretaría General de la OEA por entender, primero, que no existe actualmente un conflicto entre ambos países que amerite tal cosa”.

Porque la verdad es que Haití presiona con mentiras para negociar la modificación del protocolo de repatriaciones firmado en el año de 1999, con el fin de incluir la presentación de un documento de identidad como condición para recibir a sus nacionales… Una treta vulgar porque ellos conocen su incapacidad para documentar a su población, y si la República Dominicana acepta ese mecanismo haría prácticamente imposible el ejercicio soberano de regular a los extranjeros que habitan en su territorio…

Además se harían cómplices de Martelly y su pretendida “fabrica de apátridas...”.

Ya que con sus falsas denuncias -- y en complicidad con un segmento de la comunidad internacional--- lo que buscan esas élites haitianas es lograr que la falta de registro documental impida comprobar la nacionalidad haitiana de los indocumentados en este lado de la isla, e impedir su reingreso a Haití alegando que se trata de “dominicanos de origen haitiano...”.

Sin que a esa camarilla le conmueva que esa política canalla pueda convertir a cientos de miles de hombres y mujeres en ciudadanos de ningún sitio. Sin embargo el informe de la OEA prefirió suponer asuntos que no pudieron ser constatados en el campo, y de soslayo sumarse al irresponsable discurso del gobierno haitiano al deslizar ladinamente el tema de la apatridia…

Pero sí hicieron galas de su mezquindad cuando no desmintieron asuntos verificados en el terreno, como la no existencia de deportaciones masivas ni de una crisis humanitaria en la frontera… Es decir, las mentiras en que el gobierno haitiano ha sustentado su campaña de descrédito en contra del país.

Por eso el rechazo generalizado a ese informe, y con él a cualquier tipo de mediación de una organización desacreditada y sesgada que no tiene calidad para aportar solución alguna en este conflicto.

No pueden servir como mediadores individuos tan irresponsables que no reportaron con claridad las fallas haitianas para documentar a su población, lo que junto al desmentido de la campaña haitiana habría sido un excelente primer paso para abrir puentes en procura de un diálogo constructivo que cerrara la actual crisis diplomática.

Ese informe vacuo y distanciado de la verdad, ni aporta soluciones ni ofrece informaciones adecuadas a los demás países de la región… Y, en resumen, descubre lo inservible que es esa OEA y la torpeza e impericia de quienes la dirigen.

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