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Tiempo para el alma

“No tenía -Daniel- ni un rasguño, porque había confiado en su Dios”. Dan. 6: 24.

Muy a pesar de lo que el propio rey sentía en su corazón, bajo la presión de su gente, mandó a trancar al profeta Daniel en un pozo en medio de leones como castigo por orar a Dios, cosa prohibida por las regulaciones del lugar y la época. Pasada una noche, el rey se asomó al calabozo para ver si Daniel no había sido devorado por los leones, con la esperanza de que ese Dios lo hubiese librado: “¡Daniel, siervo del Dios vivo! ¿Ha podido salvarte de los leones ese Dios a quien veneras tan fielmente?” ... “¡Viva siempre el rey! Mi Dios envió su ángel a cerrar las fauces de los leones, y no me han hecho nada, porque ante él soy inocente”.

Cuenta el libro de Daniel que “el rey se alegró mucho”, y que el profeta no tenía ni un solo rasguño “porque había confiado en Dios”. ¿Consecuencia? El rey escribió a todos los pueblos: “Ordeno y mando que en mi imperio todos respeten y teman al Dios de Daniel. Él es el Dios vivo que permanece siempre”. Mis queridos lectores, cuán poderoso es el testimonio de la fe. El corazón de Daniel, su amor por Dios, su fe, su valentía conmovieron al rey y convirtieron su manera de pensar; un testimonio que cambió la historia de ese hombre y de muchos otros. Daniel no tenía un rasguño porque había confiado en Dios. ¿Nos propondríamos nosotros una vida sin rasguños?

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