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Julio César Peña

La Generación de Postguerra, llamada también Joven Poesía, se constituyó, independientemente de los criterios de calidad literaria, que sería tema para otra discusión, en un boom en nuestro país en torno a los poetas y la poesía.

No se trató de la publicación de grandes tiradas de libros, sino de la celebración en todo el país de encuentros político- culturales en los cuales leíamos nuestros poemas. Los poetas del pasado, con muy raras excepciones, fueron conocidos durante su época y leídos por un escaso público, que los veía como seres extraños; lo de nuestra generación fue distinto. La afi nidad con la ola revolucionaria que se vivía en el mundo y el contenido de nuestros poemas identifi cados con las luchas sociales, e incluso la militancia de muchos de nosotros, generó simpatías que nos presentó como personalidades de la vida cultural sin tener una obra que avalara ese prestigio.

Desde la Dirección de Cultura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, para esa época situada en Gu¨ibia, recibí a un joven que con insistencia me preguntaba si yo era Mateo Morrison. La soledad del lugar y la difícil situación política que vivía el país me hicieron dudar si confi rmar o no su pregunta.

Finalmente le dije que sí y me señaló que era poeta, que provenía de Boca Chica y que era un admirador de mi trabajo cultural y literario. Ese encuentro selló una amistad que se extendió por más de tres décadas, y una interacción literaria que culminó con la puesta en circulación de su libro “Sal a la Calle”.

Julio César Peña formó parte del grupo literario surgido en la década del 70 y por años nos mantuvo a la espera de la publicación de su libro, que corregía y ampliaba permanentemente.

En la presentación que hicimos en la Biblioteca Nacional lo exhortamos a no detener su proceso y nos confesó que incursionaría en el teatro, su sueño de muchos años.

Sentimos una gran alegría al verlo llegar a la inauguración del primer Curso de Literatura Vivencial Dominicana, en octubre del 2004, auspiciado por la Fundación Espacios Culturales. Nos despedimos ese día con la decisión de poner en circulación su libro en su comunidad natal, que le reconoció dando su nombre a una calle. Ya comenzábamos a preparar las invitaciones para esta actividad cuando una semana más tarde recibimos la noticia de su muerte. Con él, moría uno de mis amigos más entrañables; defendió mi presencia en la vida cultural y literaria del país con un grado de solidaridad, que reconozco llegaba en muchos momentos hasta el exceso.

Julio César se paseó por la vida cultural y literaria con humildad, siempre en un lugar casi invisible. La publicación de su libro hizo que muchos entendieran que se trataba en realidad de un auténtico poeta, que quiso dejarnos al fi nal un testimonio de su existencia envuelta en ese anonimato de que forman parte tantos dominicanas y dominicanos talentosos, fraternos, solidarios y auténticos.

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