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FE Y ACONTECER

“Tú, Señor, eres nuestro Padre”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

I Domingo Adviento 1º Isaías 63, 16-17.19; 64, 2-7. Al comenzar el Adviento (palabra de origen latino que signifi ca venida o llegada), la Iglesia nos presenta un texto del gran profeta Isaías. Dijimos anteriormente que con la fi esta de Jesucrtisto, Rey del universo, clausuramos el año litúrgico y con el primer Domingo de Adviento iniciamos la preparación para la Navidad o Nacimiento de Jesús. Así, en esta sucesión ininterrumpida del tiempo, la Iglesia conduce a sus hijos al gozoso encuentro con el Señor. Isaías ocupa un lugar privilegiado entre todos los profetas del Antiguo Testamento, hombre de excelente preparación y esmerado estilo literario. Entusiasma leer sus páginas, particularmente las referidas al futuro Mesías. En el texto citado tenemos una bella invocación a Dios Padre: “Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre de siempre es nuestro Redentor… Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes”. Hay que recordar que el pueblo judio volvía de un destierro en Babilonia que duró setenta años, consecuencia de sus infi delidades con el Señor. Pero Él no abandona para siempre, por eso Israel confìa en el Señor. 2º San Marcos 13, 33-37. Se leerá su Evangelio durante este año litúrgico. Marcos es el mismo que se menciona en los Hechos de los Apostóles en varios pasajes. Fue discípulo de San Pedro y escribió su Evangelio, antes de la destrucción de Jerusalén en la guerra judío-romana en el año 70. En cuanto al lugar de la composición parece que Roma es la hipótesis más probable porque así lo avala la tradición. ¿Quién es Jesús para Marcos? El tema de su Evangelio es la persona de Jesús y la reacción de la gente a su paso. Escribe su obra a la luz de la resurrección, pone énfasis en presentar a Jesús crucifi cado más que resucitado, y a la gente cegada y deslumbrada más que iluminada (Cfr. Luis Alonso Schökel, Introducción al Evangelio de San Marcos). El texto señalado para el primer Domingo de Adviento es la párabola de los servidores fi eles: “Estén atentos y despiertos, porque no conocen el día ni la hora. Será como un hombre que se va de su casa y se la encarga a sus sirvientes, distribuye las tareas, y al portero le encarga que vigile”. Esta parábola viene a decirnos que nuestra vigilancia ha de ser activa y constante, porque no sabemos el momento de la vuelta del Dueño de la casa. El hecho de mencionar como posible momento de su llegada cada una de las cuatro vigilias en que se dividía la noche romana -atardecer, medianoche, canto del gallo y amanecer- urge la atención permanente como único medio de vencer la somnoliencia y el cansancio durante la espera. Los destinatarios actuales de la parábola somos todos los miembros de la comunidad cristiana. La primitiva Iglesia aplicó las parábolas de Jesús a su propia situación concreta. Sin duda alguna, en la redacción actual del texto de la parábola estamos implicados todos los creyentes, cada uno en el sector que se ha confi ado a su responsabilidad personal y comunitaria. A todos se nos dice: ¡Velen! El querido lector sabe que desde los tiempos apostólicos no han faltado personas y grupos que viven señalando fechas para la vuelta del Señor, creando obsesión y angustia, parece que no han leído el Evangelio. Toda la vida cristiana debe ser un perenne Adviento de vigilancia y oración contra las tentaciones diarias que anticipan ya el combate escatológico. El modelo cristiano de vigilancia y oración alertada por Jesús en su agonía de Getsemaní mientras oraba, por contraposición al sueño y embotamiento de sus discípulos. Por eso les avisó: “Velen y oren para no sucumbir en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt. 26, 41). Recordemos que cuando Jesús les enseñó la sublime oración del Padrenuestro, entre sus siete peticiones la sexta decía: No nos dejes caer en la tentación. Vigilancia y oración son virtudes hermanas e inseparables que se apoyan mutuamente. La oración sostiene la fe y la esperanza vigilante, manteniendo nuestro contacto y diálogo con Dios, como hacía Jesús. Si desconocemos el momento de la venida defi nitiva del Señor para cada uno y para el mundo, sí tenemos la certeza de que Él está viniendo. Que nos encuentre en la vigilancia de la fe y en la oración de la vida, con el corazón ocupado en amar a los demás (Cfr. En las Fuentes de la Palabra, P.B. Caballero, Pág. 436 y ss).

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