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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Gregorio XVI y la esclavitud de los africanos

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MANUEL PABLO MAZA MIQUEL S.J.Santo Domingo

Gradualmente surgía en Europa una nueva conciencia acerca de la esclavitud de los africanos. A medida que avanzaba la exploración de África se conocían de primera mano los sufrimientos de los esclavos africanos.

lord Castlereagh desde Londres llamó la atención de Pío VII (1800– 1823) usando los buenos oficios de los cardenales Pacca y Consalvi, su secretario de Estado. El Papa se unió a los esfuerzos de estadistas y jurisconsultos para abolir el tráfico de esclavos durante el Congreso de Viena, en 1815. Se hablaba mucho de suprimir el tráfico de esclavos, pero luego de la destrucción de las plantaciones haitianas, el precio del azúcar alcanzó tales niveles que en ciudades como La Habana, todo el que pudo, conventos y curas incluidos, invirtió en el negocio de traer negros esclavizados a las Antillas (Moreno Fraginals). Hugh Thomas (Cuba: The Pursuit of Freedom, 1971, 109) señala que entre 1816 y 1820 entraron en Cuba 100,000 esclavos, más que en los tres siglos precedentes.

España llegó a firmar un convenio con la ahora abolicionista Inglaterra en 1820, comprometiéndose a no participar en la trata de esclavos, pero todavía entre 1820 y 1865 serían introducidos en Cuba 500,000 esclavos con la complicidad de los capitanes generales y la corona española. Las fronteras son un negocio lucrativo para sus patrióticos guardianes. El 1 de agosto de 1834, terminaba la esclavitud en el Reino Unido y sus colonias, luego de haber lucrado con ella durante siglos.

Gregorio XVI (1831–1846) también entró en esta batalla, consciente de su débil infl uencia. El 3 de diciembre de 1839, mediante la bula In Supremo Apostolatus, el Papa condenaba la práctica del tráfi co de esclavos negros, como no cristiana e inmoral. El Papa prohibía solemnemente a todos los fi eles: el maltratar, saquear o esclavizar a los indios, negros y personas de condición similar. Participar en el tráfi co de negros esclavos, no importa cómo hayan sido esclavizados era inmoral, pues estos seres humanos eran tratados como meros animales y sometidos a los trabajos más arduos.

Según John Francis Maxwell, el Papa se quedaba corto, pues se limita a condenar la esclavitud injusta y el tráfi co de esclavos injusto, pero no se apartaba de una terrible doctrina que durante siglos fue común en la Iglesia católica: la esclavitud justa y el justo tráfi co de esclavos. Tampoco se excomulgaban los que participaban en el tráfi co de esclavos (Slavery and the Catholic Church, 1975: 73-74).

En prueba de su crítica, Maxwell refi ere cómo en 1840 el obispo John England de Charleston, South Carolina escribió una serie extensas cartas sobre la esclavitud. En ellas narra cómo en el IV Concilio Provincial de Baltimore, en el cual la mayoría de los obispos provenían de estados esclavistas de la Unión, la encíclica de Gregorio XVI fue aceptada unánimemente y sin reservas, sin que por ello ninguno de los obispos creyese que se debía alterar la práctica corriente de la esclavitud en sus estados. El mismo obispo England escribiendo en 1841 expresó su oposición a la continuación de la esclavitud, pero él veía como imposible su abolición en Carolina del Sur.

Con su pronunciamiento, Gregorio XVI luchaba contra prejuicios invencibles. Baste un ejemplo. En 1844, el presbítero Juan Gómez Pacheco, gobernador eclesiástico de la arquidiócesis de Santiago de Cuba, creía ser un engaño, la encíclica de Gregorio XVI, “In Supremo Apostolatu” que venimos comentando. El padre Pacheco escribía a la Reina Isabel II: “...

Han intentado sorprenderme con una bula del Santo Padre, que yo supongo apócrifa, en la que se proclama la libertad de los negros y que denuncié inmediatamente” (Lebroc, Cuba: Iglesia y Sociedad, 1830–1860, 1977: 243, nota 187). Al Papa le iría peor con sus compatriotas italianos.

EL AUTOR ES PROFESOR ASOCIADO DE LA PUCMM

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