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EL CORRER DE LOS DÍAS

Cultura y el rescate del merengue

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

-Merengue caliente, merengue liniero bailarte yo quiero con ritmo candente.( Luis Alberti, “Caliente”)- Recientemente el merenguero Johnny Ventura puso el dedo en la llaga al proponer el merengue dominicano como un punto clave para la llamada “marca paÏs” para nuestro ritmo por excelencia. Auspiciado por la Secretaría de Estado de Cultura y con el apoyo del ministro José Antonio Rodríguez, el Festival del Merengue llevado a cabo en la zona fronteriza aledaña a Dajabón inició lo que podrÏa llamarse “una recuperación” de la imagen del merengue dominicano con vistas a su consagración como una “imagen país” que tiene todos los elementos culturales para convertirse en la medalla atractiva del turismo dominicano. Son muchos los que han considerado al merengue un poco en “decadencia”, pero el hecho de que haya habido debilidad promocional en cuanto a la música que este ritmo encarna, nos obliga a retomar el tema sobre una base sólida para su impulso. El merengue es una parte viva de la historia dominicana. Sus variantes, sus formas nacionales, sus aprestos de cantar lo que en la vida sucede, han sido fundamentales para que su imagen tome de nuevo vuelo y se consolide como debe ser frente a otros ritmos recientes que si bien pudieran estar de moda, no son, en verdad, tan importantes en el imaginario de nuestra cultura como el merengue. Las modas pasan, la tradición permanece. Vale decir que el merengue es parte del imaginario dominicano. Si tomamos sus letras, reconstruiremos la vida dominicana en muchas de sus expresiones, la gallera, las luchas políticas, los recuerdos, las religiosidades, el entorno y el medio ambiente. El solo estudio de estas letras convoca momentos históricos y de vida cotidiana que son dominicanos y nada más que dominicanos. Si despreciamos el merengue, estamos despreciando al mismo tiempo la mangulina, el carabiné que es inspirado en ella; los espacios lúdicos que hablan de una secuencia fervorosa de nuestra identidad como país. El merengue, históricamente, vive dentro de nosotros. Nos representa y dice quiénes somos como dominicanos. Ventura ha tocado un punto elucidario: el merengue es una plaza clave de la historia nacional, y dejarlo de paso, buscando otras formas musicales, es algo así como un asesinato a mansalva. Creemos que una música que ya en 1844 encarnaba parte de la vida nacional, nacida en ocasiones al conjuro de lo que fueran nuestras libertades patrias, y que al nacer fue tan rural como citadina, conserva cánones decisivos en letra e historia como para sostenerla, promoverla con mayor vigor a través de todo medio, y hacerla revivir como un punto esencial en la historia de la República Dominicana, como lo fueron en muchos países músicas que reflejaron la vida local, tanto en el campo como en las ciudades. El merengue es una historia que se inicia concentrada en lo que fuera la banda de música militar inicial de las guerras de independencia, donde el modelo del coronel Alfonseca fue el sonoro ritmo aplicable al paso militar, como en las que fueron las acciones de la vida de muchos políticos. El merengue ha contado con trovadores de orden muy personal, y compositores dominicanos que apoyaron su paso a veces marcial y otras veces atronador, según lo sucedido en el suelo patrio. Junto a la mangulina, oriunda del zapateo, pero con instrumental mestizado, el merengue es una mezcla de loa dominicano y lo africano; es un ser de sangre mestiza, donde la fase indígena podrÏa estar representada por la güira, aunque esto último no es bien sabido. La fusión es la cédula personal de identidad de un mestizaje donde el pasado y el presente pueden mezclarse y bailarse. Es única música popular dominicana de permanencia más que centenaria, su abandono sería un pobre desajuste cultural. Aupado por la guitarra inicial en el llamado Sur profundo. Se escapó hacia el golpe de güira, acordeón y tambora cuando en los finales del siglo XIX el acordeón alemán invadió las costas del Caribe llegando a Puerto Plata irrumpiendo la línea noroeste, y llegando a Santiago donde tomó el nombre de “perico ripiao”, según don Tin Pichardo; (fueron felices las irrupciones musicales de óico Lora y Toño Abréu) para pasar luego a las mejores orquestaciones como las del maestro Luis Alberti, los Hermanos Pérez, Napoleón Zayas, Ramón Gallardo y luego las típicas de Ángel (Bobó) Viloria, gran propulsor en los EEUU, cuya música fue tan popular e influyente en Haití como en los carnavales de Santiago de Cuba. En los campos de la línea noreste, en la galleras donde Juan Antonio Alix llevaba bajo el sobaco alegre sus décimas las que vendía convertido en un trovador con la cultura en impresos baratos; en la radio de los años 50, donde el Trío Reinoso e Isidoro Flores, el merengue fue famoso hasta llegar a todos nuestros rincones, donde cantó amores, octosílabos políticos, alegrías y tragedias, engrosando una biografía que sabe del corazón dominicano. Entonces estuvo en los salones y clubes que antes lo rechazaron donde las orquestas proliferaron siguiendo los pasitos cortos y largos de la dictadura en las botas espueladas del dictador. Las notas del merengue hablan de noviazgos, de historias dictatoriales, de peleas, raptos, de combates gallísticos, acuerdos, desacuerdos y formas del sistema de vida nacional. Los merengues tuvieron voceros inimitables en Joseíto Mateo, Rico López, Vinicio Franco, Milito (Tutti-Frutti) Pérez, Francis Santana, Rafaelito Martínez, y algunos olvidados como Crucito (pescaíto) Pérez, y las interpretaciones del Trío Alegres Dominicanos, en donde nació Luis Kalaff el más denso compositor de merengues de todo tipo, con letras picantes a veces consideradas impúdicas, y el maestro Bienvenido Brens, haciendo de la salve un ritmo novedoso nacido en la Voz Dominicana donde los Hermanos Cruz crearon un estilo de merengue a dúo inimitable. Ventura y Billo Prometa, lo mismo que Wilfredo Vargas, fueron renovadores de muchas de sus formas manteniendo su ritmo, lo mismo que el autor de Dominicanita el incomparable Rafael Solano. No puedo citarlos a todos, pero este elenco muestra junto a Negrito Chapuseaux y sus compañeros encabezados por Simó Damirón en un itinerario musical que el merengue tiene una impronta nacional inquebrantable, la cual vive en el corazón de muchos países y pueblos del mundo. El esfuerzo hecho por el ministro de Cultura José Antonio Rodríguez y sus colaboradoras, podría ser el inicio para enrumbar el merengue con mayor fuerza, si es que el Estado dominicano propicia para él un propagandístico marco internacional que haga posible que un dominicano en el exterior, en ese exilio que es el trabajo en fábricas y en lugares distantes, sienta un cosquilleo en el alma cuando escucha un merengue, como lo he sentido yo en tierras amazónicas, cuando en una emisora sintonizada por indios de la etnia caribe en un radito de pilas, he escuchado un merengue de Juan Luis Guerra y me he llenado de emoción. Adelante ministro, la fiesta de Dajabón ha sido un inicio. El merengue entre los dominicanos es todopoderoso, un dios que todos, hasta los obispos, llevamos en la sangre. Puedo hablar de El cieguito de Nagua y de Guandulito, cuyas letras casi narrativas hicieron del merengue clásico rural, de paso quebrado una institución y no puedo olvidar a Casandra Damirón, con su afanes de hacerlo vivir a base de rescate folclórico. El merengue es un sello de la nacionalidad, nunca ha estado muerto, centenario y frutal como un árbol abonado por el sentir del pueblo, no lo sustituye ni la bachata ni cualquier ritmo abolerado nacido de la modernidad. Ojalá que llueva café el campo, pero también maní, y hasta maná bíblico. El merengue que hace llover cosas es el milagro que puede en parte animar nuestra mejor tradición. El merengue es mucho, muchísimo, machista y feminista, liniero, y ciudadano, permite soñar en un “arroyito cristalino” oriundo de la inspiración de Arcadio (Pipí) Franco o en las letras atrevidas de La Miseria, del casi olvidado Félix López . El merengue está vivo. ¡Viva el merengue! ¡Ni un paso atrás!, Ministro.

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