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PUNTO DE MIRA

Listín reúne caras y teclas

Es difícil algo nuevo en el mundo periodístico. Manejar sucesos cotidianamente nos convierte en seres de mente encallecida. Sin embargo anteanoche hubo un evento que me sorprendió cuando el Listín Diario reunió a todos sus colaboradores en un solo salón. Era tener el periódico en vivo. Las columnas de opinión cobraron vida. Muchos se pudieron saludar en voz alto e intercambiar halagos y hasta conocerse. Miguel Franjul tuvo una magnífica idea al reunir a los columnistas del periódico y delante de la tropa agasajar a siete de los más antiguos colaboradores. Los cincuenta años de Armando Almánzar me pareció una columna móvil a todo color. No era una película en blanco y negro. Este fue uno de los personajes de mis dudas. En mis años de lector, cuando le tenía como faro para saber de qué iba una película, pensé que era un periodista viejo del mismo nombre temido por gruñón. Este cuentista y novelista ha recibido el Premio Nacional de Literatura. Marcio Veloz Maggiolo, novelista, antropólogo y Premio Nacional de Literatura, con 48 años en el Listín es glucógeno para el cerebro. Además reconocieron al pulcro, atento, amable y diestro cronista y escritor deportivo Emilio Nicolás (Cuqui) Córdova; al revolucionario periodista Raúl Pérez Peña (Bacho); al biógrafo, articulista y enderezador de vocablos, Pablo Clase Hijo, ambos con 34 años de colaboraciones. Otros reconocimientos fueron a Carmenchu Brusiloff, articulista con 32 años “listineando”, y el escritor y articulista Luis García Dubús, con 30 años apoyando el crecimiento humano. Fue noche de remembranzas. Recordé mi primera crónica en el Listín. A finales de los sesenta el gran Félix Acosta Núñez transformó en noticia deportiva una colaboración que le entregara. Todas las personas de mi entorno ese día leyeron el periódico en mis manos. El veneno de esa tinta continúa en mis dedos. En la ceremonia salió a relucir el pasado director Rafael Herrera, epicentro de mil historias. Una noche de los años 70, el jefe de redacción Milcíades Ubiera, me pidió que llevara a autorizar las horas extras que yo había trabajado. Don Rafael puso el papel en el Triángulo de las Bermudas que era su escritorio, nos pusimos a conversar y nunca jamás apareció. Hube de hacer el rol otra vez. Otro día le pregunté a Don Rafael la razón de entregar su editorial al cierre y me dijo: “Así no tengo tiempo de corregirlo”.

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