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Sí, hay dignidad en recibir

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Ricardo Pérez FernándezSanto Domingo

Esta temporada navideña, a pesar de realizarse con las constricciones propias de la austeridad, trajo consigo la tradicional repartición de fundas y cajas de comida que caracterizan, desde tiempos inmemoriales, parte de las acciones del Estado en estos tiempos festivos. Y, como era de esperarse, las mismas han sido criticadas por quienes las categorizan como clientelismo político, o más drásticamente, como una práctica de inducción al parasitismo sistémico del que medran quienes negocian su voto. Incluso, se dice que quienes promueven y ejecutan este tipo de acción, juegan con la dignidad de los desfavorecidos. Entiendo que, ciertamente, esta práctica de “dar sin nada a cambio” genera una externalidad que reditúa en el campo de lo político-electoral, pero eso no necesariamente implica que su primer o único objetivo sea ese. Creo sinceramente que quienes la critican de manera acérrima y severa, desconocen el angustiante estado de desfavor, de miseria y de hambre que padecen los destinatarios de este socorro, y en cambio, prefieren aferrarse a un idealismo simplista que predica que si el Estado fuese eficiente o talvez imperfectible, esos niveles de carencia y necesidad no existieran. Nada más lejos de lo cierto. Los Estados de vocación democrática y social, como el de República Dominicana, están llamados, principalmente, a corregir distorsiones que se dan en el cuadrilátero del libre mercado; velar por que la ciudadanía disponga de servicios y bienes públicos justos y eficientes; y garantizar unas condiciones de vida mínimas ñpudiera decirse dignas- para los desposeídos. El asistencialismo estatal a los más necesitados se enmarca dentro de lo descrito precedentemente, lo que quiere decir que un Estado eficiente e imperfectible no es el concebido por los idealistas que juzgan desde la comodidad de su abundancia, (a saber: uno de donde estas precariedades no existieran) sino, un Estado que ante estas necesidades ñque siempre existirán- cuente con mecanismos de salvaguarda para hacerles frente. Talvez por malos manejos en el pasado, y persistentes ineficiencias en el presente, el asistencialismo estatal es visto por quienes no lo necesitan con desdén y suspicacia. Estimo que esto tiene mucho que ver con el desprestigio y desconfianza de la que adolecen muchos de nuestros políticos, porque, ¿que más explicaría que cuando algún empresario hace lo mismo, es decir, favorecer con dádivas a quienes la necesitan, es elevado a la categoría de filántropo y reverenciado por su desinteresada bonhomía, mientras el político es visto con sospecha y escrutado con intención acusatoria? ¿Qué mueva a la crítica, el destino de los fondos o la procedencia de los mismos? Indistintamente de cuales sean las respuestas, lo que motiva este artículo son dos elementos, que por lo menos en esta temporada navideña, han sido consustanciales a la discusión sobre las funditas y cajas. El primero es la existencia de un aparente consenso entre muchos comentaristas de que ‘asistencialismo’ y ‘clientelismo’ son términos sustitutos y equivalentes; y el segundo, el cuestionamiento sobre la dignidad de quienes reciben este tipo de asistencia. Sobre el primero, basta con un vistazo a un diccionario y con poseer algo de la objetividad crítica que caracteriza a todo buen analista. Sobre lo segundo, sobra arrogancia y apatía. Es entendible y admisible los cuestionamientos sobre lo despiadado y enojoso que puede resultar la logística de estos operativos, y sobre las intenciones de quienes los patrocinan u organizan. Pero en estos tiempos navideños, el fin justifica los medios. Aún haciéndose con el simple objetivo de granjearse simpatías políticas, el saldo final sería que un número de familias, por reducido que fuera, podría experimentar un alivio momentáneo del yugo cruel de la pobreza, y disfrutar de una modesta cena navideña. Cuestionar entonces, desde el confort de la estabilidad económica, y con la dicha del comensal que debe elegir que comer -porque comerlo todo le mataría de indigestión- la dignidad de quienes reciben este tipo de ayuda es lo que resulta verdaderamente indignante.

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