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Artesanía e identidad

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Manuel García ArévaloSanto Domingo

Los productos artesanales son manifestaciones de uso práctico a los que la creatividad popular ha agregado una connotación estética o simbólica, estableciendo una íntima relación entre lo utilitario y lo bello. De forma que, si bien las artesanías adquieren un papel protagónico en el desenvolvimiento de la vida doméstica y cotidiana, sobre todo en las zonas rurales, también son objetos decorativos que contribuyen a divulgar el arte popular y promover la identidad nacional. En tal sentido, las artesanías conservan patrones tradicionales en sus usos y diseños, transmitidos de una generación a otra, que hunden sus raíces en épocas muy antiguas. Por eso llevan implícita una impronta de fuerte arraigo telúrico, que se remonta a los tiempos prehistóricos y coloniales, reflejando nuestro mestizaje racial y cultural, así como el sincretismo de nuestros mitos y creencias religiosas. Tallar la madera, tejer las fibras naturales, esculpir la piedra, pulir una gema, soplar el vidrio, bruñir el metal, modelar la cerámica, o confeccionar un fino bolso de piel, son actividades en las que se combinan la tradición de los viejos oficios con las adaptaciones que exige cada época, confiriendo a los objetos manuales mayor prestancia y rasgos distintivos que aquellos que se producen en serie con regularidad, exactitud y rapidez, a través de un proceso de tecnología intensiva o mecanizada, pero sin que intervengan la emoción ni la sensibilidad individual del artesano. A este respecto, Daniel Rubin de la Borbolla, en su libro “Arte popular mexicano”, sostiene que la posición del artesano en nuestro mundo moderno debiera de ser clara y concreta: ser el productor directo de objetos útiles, funcionales y bellos que constituyen medios de expresión y comunicación colectivas, y representan una tradición viva, con lo cual le darán cohesión a la cultura en que vive y fisonomía a la comunidad a que pertenece. Con el paso de los años, las tradiciones técnicas y artísticas de esencia popular han vuelto a valorizarse y el artesano ha recobrado su hálito creativo, no sólo a través del sistema familiar de aprendizaje, sino con la incorporación de un movimiento renovador que se ha visto fortalecido con el trabajo de los “neoartesanos”, entre los cuales se halla un sinnúmero de personas con formación profesional o artística, quienes, asumiendo el reto de ser auténticos, se dedican a estas delicadas faenas creativas, contribuyendo así a un esperanzador reencuentro de la sociedad con el trabajo de las manos. Existe en la actualidad una verdadera predilección por el objeto “hecho a mano”, prefiriéndose el sello personal y diferenciador de las artesanías, ante aquellos productos industriales de carácter estandarizado. De modo que, ante el avasallante avance tecnológico, se generaliza cada día más esa toma de conciencia sobre el valor que encierra la labor manual, por el toque ingenioso o singular que siempre implica la paciente labor del artífice quien, gracias a su pericia y dominio de técnicas ancestrales, produce artículos que evidencian su sensibilidad y talento, su destreza y habilidad, cualidades de las cuales es orgulloso portador. De ahí que se requiere la creación de una verdadera conciencia de rescate, conservación y promoción de la producción artesanal. Ya que al ser las artesanías genuinas manifestaciones vernáculas, constituyen testimonios vivos de los medios de expresión tradicional y la fisonomía folclórica y costumbrista de las clases populares, convirtiéndose en fuentes inagotables de identidad cultural como raíz de la nacionalidad.

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