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ORLANDO DICE

La reforma de la Policía Nacional y las ejecuciones sumarias

INCONGRUENCIAS.- Hay quienes no creen que pueda llevarse a cabo la reforma policial con los mismos agentes, pero sí una revolución educativa con los actuales maestros. Que un policía de siete mil pesos no puede ser suficiente para enfrentar la delincuencia sin faltar a sus obligaciones, pero que con un docente de treinta mil pesos pueden superarse todas las deficiencias del sistema. Es decir, que el problema no es de preparación, sino de pagos. La reforma pondrá a ganar buen dinero a oficiales y subalternos, y serán superiores a sus iguales de Nueva York, que es el modelo. Los profesores verán multiplicarse sus sueldos, y por la magia del ingreso, aumentarán en capacidad y dedicación. Estas son –más o menos– las ideas que andan por las esquinas, sin que nadie las organice adecuadamente ni las presente con la racionalidad de un código. Cuando se oye a los civiles hablar de los cambios que hay que hacer a la Policía Nacional, hay que convenir en que no está en buenas manos el pandero, y que el remedio puede convertir en catastrófica la enfermedad... ENTRE TEÓRICOS.- Esa situación lleva a confusión, y lo que queda claro es que los teóricos civiles quieren desmantelar la actual institución, y crear de la nada una de postalitas, y que los teóricos policiales se resisten a ese cambio total y prefieren mantener lo que se consideran privilegios. El asunto no es de policías, ni de seguridad ciudadana, sino de abogados y normas que serían un régimen adecuado en las nubes, pero nunca en las calles. De ahí que no deba sorprender el exabrupto de los diputados, que entienden más de “dar pa' bajo” que del estatuto en gestación. La falla, por tanto, es de los expertos o de las entidades que creen que la delincuencia se combate con intelecto y sin tomar en cuenta la experiencia de quienes se las juegan día y noche en los peores escenarios. Si hubieran sido persuasivos y sus planteamientos convincentes, esos representantes del pueblo estuvieran identificados con las nuevas ideas y fueran exponentes de los derechos humanos. Ahora se les acusa de salvajes y se les califica de vergüenza, pero nadie piensa en que no conocen otro modelo y mucho menos la efectividad... LOS IMPOSTORES.- La “aberración” de tres representantes del pueblo lleva a sectores muy sensitivos con el tema de los derechos humanos a descalificar a todos los diputados por igual, en un acto de impostura, pero sobre todo de hipocresía. Ya que la única diferencia es que tienen la prudencia de no dar a conocer su pensamiento íntimo en la calle. De contenerse y confesar sus reales sentimientos fuera de los focos de la prensa. Ante algo tan horroroso como el ataque a la joven Francina Hungría o el asesinato de los ancianos del Evaristo Morales, la reacción es la misma. Solo que unos se expresan y otros se guardan la opinión. Y estoy hablando del resultado material, de una víctima ciega y otros cuatro muertos, ya que cuando se conocen los detalles o la desfachatez del relato, todos se lamentan de que sobrevivieran a la persecución de la Policía Nacional. No se trata de aplicar la Ley del Talión de ojo por ojo, y esas cosas, pero se duda, aunque sea parte del momento, que los imputados de hacer una cosa o la otra sean seres humanos... ATREVIDO Y FRESCO.- Lo interesante es que desbocamiento de estos diputados provocó que la embajada norteamericana reaccionara, y lo hiciera recordando que quien hace la ley no puede instigar a violarla. Uno se pregunta si el representante del gobierno norteamericano no incurrió en el mismo delito que los representantes del pueblo dominicano. La intromisión en los asuntos domésticos de un país es el peor delito, pues se trata de un atentado a su soberanía. Además, surge la pregunta: ¿Era necesario ese llamado de atención? Raúl Yzaguirre vino con una misión, y la verdad que no la cumplió, si es -como se dice- que se va pronto, pero no hay dudas de que actuó como un procónsul a la usanza de la antigua Roma. Señalaba días atrás como sintonizaba con la calle, o como marcaba pautas y estas eran acogidas por la sociedad civil. El diputado Luisín Jiménez se atrevió, y reveló lo que no se sabía, pero que era importante que se supiera: El credo que reza en la cámara o en los medios de comunicación, no lo aprendió aquí. Se lo enseñaron los norteamericanos, y no en las calles, sino en las academias. Que le quiten la visa ahora, por fresco...

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