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¡Arrancó el macro populismo!

Con su slogan de “Manos a la obra”, el Presidente de la República concluyó su discurso del pasado martes 27. En él, trató de infundir algo de confianza y optimismo a una población escéptica, a la que el funcionariado PLDísta ha llevado al pesimismo absoluto y a la desconfianza respecto a los políticos. El Presidente los invocó directamente, les dijo: “A los escépticos, a los descreídos, a los derrotistas, les digo: ¡Nuestro país va a avanzar hacia esa meta!”. Escépticos, descreídos y derrotistas dicen las encuestas hoy que son casi el 70% de los dominicanos. Por eso recurrió a algunas ideas-fuerzas de valor intrínsecamente boschista e idealistas como “revolución pacífica y democrática”, “cambio”, “unión consciente del pueblo dominicano” y otras del jaez. Confirman que se trata de recomponer la pérdida moral (y electoral) que sufre el PLDismo; presentar su gobierno como uno identificado con las más caras raíces del liberalismo progresista. Pero, igual que el pasado 16 de agosto, apenas acabó de pronunciar las grandezas, se abocó a asumir la reforma fiscal como proyecto propio, suyo, emanado no de las circunstancias económicas heredadas de la administración anterior, sino como obra de su aspiración y su visión políticas. Significa que empezó a quitar cargas al saliente. Propiciando su recomposición. Es lo que hace al afirmar que esa reforma dejará buenos frutos, como si la retahíla de reformas fiscales que para aumentar los ingresos los gobiernos han impuesto al país han servido para contener el despilfarro y el enriquecimiento ilícito de los allegados a los gobernantes y funcionariado de cada camada entronizada en el poder del gobierno del Estado. Con su reforma el mandatario espera propiciar la “justicia social”. En sus palabras: “Lograr que paguen más los que están en capacidad de hacerlo y que esos ingresos contribuyan al desarrollo de quienes menos tienen”. Nobilísima función del Estado si ella no se vincula a la cesta del sufragio. Es tan deplorable la experiencia vernácula en materia de reformas fiscales que aún apelando a revoluciones democráticas pacíficas, justicia social, etc., no se concitan simpatías en los sectores pretendidamente liberales y “revolucionarios” por una razón simple: extraen dinero de sus carteras. El contraste entre discurso y realidad deja un saldo carente de piso donde apoyar el ideario progresista. Por eso, a pesar de su propósito, ese discurso puede estar incrementando el nivel de rechazo al gobierno al pretender que hay razones para confiar y estar felices; para solicitarnos, otra vez, abandonar el pesimismo como cuando nos dijeron que estábamos blindados, y vendernos como dulce el ácido sabor del fracaso de esos ocho años de la recién terminada administración, inolvidable porque recaudó más recursos que todos los gobiernos que ha tenido la República en su historia. Es difícil saber qué cambio refiere el Presidente. Ni siquiera en la composición del gobierno, mayoritariamente en manos de los antiguos funcionarios. No parece ni es un gobierno de cambios. Lo que sí se aprecia, dramática y empíricamente, es el incremento de los precios de los productos de primera necesidad: consecuencia de esa reforma cuya propiedad reclama el mandatario. Las esperanzas de cambio se desdibujan cuando el Presidente declara su insatisfacción con la Reforma Fiscal porque ¡aspira a más ingresos! Como no puede contar con “la unión consciente del gobierno y el pueblo” localizó el origen y el destino de más fondos: los obtendrá de los incrementos impositivos aprobados y de otros por venir sobre “el sector informal de la economía”, los dueños de pequeños talleres y negocios. La carnada son los préstamos de PROMIPIME y el Banco Agrícola. Los “transparentarán” para ponerlos a pagar impuestos. Y el destino de lo obtenido, ¿cuál nos dice que será? La educación, la producción, la seguridad social y ciudadana y, especialmente, la integración de 800 mil nuevas familias a la solidaridad pública, ahora a través de un macro programa. Debemos creer al mandatario. Algunos recordarán a Incháusti. Por eso, el discurso del pasado martes es, a nuestro entender, la clarinada de un nuevo nivel de populismo en la República Dominicana. En él las abstracciones impiden hablar de calidades. Si antes hubo megaproyectos, mega obras y se empobreció al país a fuerza de macroeconomía, llegó el momento de elevar todo a un nivel superior: los macro programas. Es el grado híper de un populismo insaciable. Tocará a todos, pero con poco, quitando mucho a las clases medias. Se distribuirá en préstamos sin garantías, en PROMIPIME y en el Banco Agrícola, si son inferiores a 50,000 pesos. Y en paternalismo a favor de quienes se ha decidido mantener por siempre en la pobreza. Hasta que por sus obras el gobierno no demuestre lo contrario y merezca la confianza y el crédito, se debe esperar un nivel superior del populismo, el macro populismo. Y, con él, un nivel superior de incredulidad: el macro pesimismo y el macro escepticismo. Sin haber hecho algo diferente que el gobierno anterior (Leonel creó la oficina de persecución y combate a la corrupción y mire usted, ¡caramba!), debemos empezar a temer que en Palacio se está pensando en reelegir al PLD en el 2016. ¡Un trago biliar! ¡Macro amargo! El tabaco es fuerte, ¿pero hay que fumarlo?

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