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FUERA DE CÁMARA

Entre Sagrario y William pasaron 40 años…

Mis primeros años en este oficio ingrato los pasé viendo cadáveres sangrantes, la mayoría de jóvenes asesinados por la intolerancia política. Fue la época más dura de la represión policial, que era respondida por los grupos izquierdistas con la justicia de otras balas. Caían también, aunque en menos proporción, guardias y policías. Pero igual tenían padres, hermanos, esposas, hijos... Como novel reportero recién salido del horno, cubría la crónica roja para el vespertino Última Hora, que se disputaba con El Nacional el sensacionalismo de primera página en base a la sangre que chorreaba el terrorismo político de esos años tormentosos. Cada mañana antes de salir el sol estaba yo en la calle junto al fotógrafo Alfredo Vásquez, consciente de que en breve encontraríamos el muerto del día. Era cuestión de esperar que el director del periódico, Virgilio Alcántara, enganchara en onda corta la frecuencia de la Policía-- en su radio de alta potencia-- para recibir instrucciones por la “fonía” del Land Rover que guiaba el evangélico Don Bulilo. ... Y al ratito estábamos ahí, a veces primero que la propia Policía y el forense que levantarían el cadáver agujereado a tiros, que casi siempre era de algún joven izquierdista perseguido a muerte por los órganos represivos del gobierno. O podía tratarse de algún infeliz agente policial a quien le despojaban de la vida para quitarle el viejo revólver Smith and Wesson del calibre 38 con el que harían “la revolución del proletariado”. ¡...Los que lloran!El fin es que la sangre corría a raudales, las cárceles estaban atiborradas de presos por la intolerancia política y nadie tenía la cabeza segura sobre sus hombros... Fue entonces cuando Balaguer dio aquella declaración inaudita ante la foto de una madre inconsolable frente al cadáver de su hijo de 17 años asesinado en las proximidades del puente Duarte: “Bienaventurados los que lloran...” Su expresión de “consuelo” a la madre desgarrada por el dolor se hacía extensiva “a las madres, a las esposas y a los hijos de los soldados y policías abatidos también por la barbarie...” A partir de los acontecimientos que narro a continuación, la represión policial comenzó a remitir porque el país “se le paró en dos patas” a Balaguer. Tácito Perdomo Robles era el izquierdista más buscado en esos años de terrorismo político. De haberlo encontrado uno de los comandos de exterminio del Servicio Secreto, su muerte era inminente. Se le acusaba de incitar los bateyes cañeros y de entrenar campesinos en la guerra de guerrilla. El 4 de abril del año 1972 tropas de la Policía, utilizando tanquetas y blindados del Ejército, acordonaron el recinto de la UASD pulgada por pulgada sin dejar salir ni entrar a nadie... Las agencias de inteligencia tenían informes de que Tácito se escondía en la universidad aprovechando el fuero que por ley hace inviolable el territorio universitario. En cuestión de minutos se armó el jaleo... Cientos de estudiantes se movilizaron para impedir aquel atropello y los enfrentamientos iban de menos a más en la medida que avanzaba el día. La mayoría de los estudiantes se había concentrado frente al Alma Máter y el rector Jottin Cury intentaba negociar con la Policía para permitir la salida de los universitarios que así lo desearan con la garantía de que no se les apresaría. Se escucharon primero algunos tiros aislados y casi de inmediato el tableteo de las ametralladoras... Todo el mundo se tiró al suelo, incluyendo el rector Cury, un hombre de probado valor personal... ...Y cayó Sagrario DíazApenas dos o tres minutos después el periodista Sergio Ortiz Aquino corría junto al estudiante Fidias Omar Díaz Santiago... Llevaban el cuerpo inerte de una joven bañada en sangre... Y Fidias gritaba desesperado: ¡Es mi hermana...Es mi hermana! Sagrario Ercira Díaz Santiago, 24 años, estudiante de término de Economía, representante de su facultad ante el Claustro Universitario, había recibido un balazo en la cabeza... Su cerebro estaba destrozado. ...Murió diez días después porque José Joaquín Puello la mantuvo con respiración asistida en la clínica Gómez Patiño hasta que su corazón no pudo más... Ese crimen conmovió la conciencia nacional. Un coronel de la Policía, Báez Maríñez, fue quien cargó con la acusación que jamás le probaron. Nadie podía imaginarse que cuarenta años después se reeditaría un hecho tan parecido. William Florián Ramírez, un joven de 21 años y estudiante de quinto semestre de Medicina, recibió un balazo en el pecho cuando la Policía repelía desórdenes en el campus universitario. Dicen que esta vez el autor fue un raso, sometido ya a la Justicia... No se por qué... Pero de pronto aquellos años han vuelto a mi memoria... ¡Dios nos libre!

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