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CULTURA

Historias y leyendas para contar

Desde la casa de Mirtha Guevara Melo, en el número 103-A de la calle José Gabriel García de la Zona Colonial, se alcanza a ver un pedazo del mar Caribe y la cabeza de Fray Antón de Montesinos, entre los almendros, pegando su grito al aire. Aunque se encuentra a más de 50 metros del puerto, Mirtha dice que a veces escucha el rumor de las olas, clarito, en la cocina de su casa, como si estuviera pegadita al mar.

Está segura que la casa tiene algo especial porque ahí vivió el dirigente de izquierda Amín Abel y porque es una fiel seguidora de las historias que se cuentan en los 15 barrios que conforman la Ciudad Colonial de Santo Domingo.

La suya es, quizá, la más ingenua de las historias que hacen de la Zona Colonial un espacio legendario en el que los mitos nacieron a la par de sus casas centenarias, allá por 1502, en la margen occidental del río Ozama. Tan fuertes como las construcciones de piedra que le merecieron el título de Patrimonio de la Humanidad en 1992, son leyendas que los recién llegados se resisten a creer pero que apasiona, las pongan en dudas o no, a los que llevan toda una vida residiendo entre sus paredes y callejones.

Algunas son crueles. Tan crueles y espeluznantes que alguno puede alarmarse al escucharlas. Otras son tiernas y jocosas y algunas hacen reflexionar.

Como no todos son tan abiertos como doña Mirtha, fundadora de la Unión de Juntas de Vecinos de La Zona, el que quiera escuchar las historias por boca de los moradores debe esforzarse en buscarlas y, en ocasiones, rogar. El pasado jueves, como si el cielo se confabulara con nosotros, un largo aguacero obligó a unas 10 personas a buscar refugio, a intervalos, en el colmado Galarza, en la Arzobispo Portes con Meriño. El lugar no pudo ser más atinado.

Tras varios intentos y ruegos, Pablo César Ramírez, que va por unos 40 años residiendo en la zona, se anima y comienza:

“Yo te diré algo, pero son historias que me han contado a mí, dizque que en ese tiempo (casi siempre aluden a los años que siguieron a la fundación de Santo Domingo) un papá embarazó a su hija y como en ese tiempo no se usaban vehículos, sino coches, hizo buscar a la partera pero con los ojos vendados para que no supiera a dónde la llevaban y luego que le extrajo el muchachito a la joven el papá lo cogió y lo tiró por donde está ahora el hostal Nicolás de Ovando, por un sitio donde todavía llegaba el río”.

¿Y usted lo cree? “Pero es posible que sí, mi hija, porque el otro día tiraron una muchachita del puente de la 17”, contesta si alguien pone en duda la historia.

Animado por el interés, se atreve a contar su propia leyenda. “Una vez, viviendo en la calle Las Damas, antes del ciclón David, estaba acostado en mi cama y entró una luz pequeña por una ventana y se devolvió de una vez. Pensé que era una alucinación mía y al poquito rato entró de nuevo por la misma ventana, pero dio la vuelta, así, cosa rara, y se asomó por la ventana. Entonces yo me tiré de la cama y digo ‘eso tiene que ser algún guardia que quiere acechar a las mujeres, brecharlas’, pero no eran focos de linternas. Cuando enciendo el bombillo me llega la idea de que no debí prender el bombillo porque todavía yo no me había adaptado a la cadenita y hasta que uno no la suelta no se dispara, no se enciende el bombillo. Entonces me pongo a brechar, estaba todavía la fortaleza funcionando con los militares (se refiere a la Fortaleza Ozama) y veo que eso está limpio. Volví a mi cama y al poquito rato volvió la luz y se metió, camino y volví a tirarme de la cama pero no encendí la luz y no veo a nadie, compai, ni en la casa del frente ni en ningún lado. Al otro día voy al mercado a comprar la comida, pero no me atrevía a decirle a nadie en la casa. Cuando puse la comida en la mesa oigo a mamá que le dice a mi tía: Mercedes, yo te llamé para contarte una cosa y le dice que vio la luz flotando en el aire, flotando en el aire, y que no le dio nada de miedo. Al tiempo, cuando Balaguer declaró todo eso de utilidad pública, en las excavaciones que se hicieron aparecieron dos cuerpos de muchachitos, uno tenia nueve años y otro como seis”.

Otro señor, Juan José Ortiz, también se anima y comenta:

“Me contó un señor que atendía el restaurante La Briciola que un día eran como las tres de la madrugada y vio una muchacha joven y sola caminando en la calle. Él le dice que esas no eran horas para andar de noche y ella le contestó: ‘ Yo, en otra época, caminé más tarde que ahora”, y dobló la Padre Billini para tomar la Meriño. Cuando él quiso llamarle la atención y le siguió los pasos, no había nadie”.

Mirtha se emociona hablando de las leyendas de los tiempos coloniales pero sus preferidas son las culturales y sociales más recientes, de cuando el mar se retiró un buen trecho y dejó formada la cueva de “Las golondrinas” debajo de la plaza San José, frente a su casa. A esta cueva, recuerda, llegaban a estudiar y recrearse los estudiantes de la Universidad de Gorjón, que funcionaba donde ahora se encuentra el Centro Cultural de España. O de cuando, siendo una adolescente, superaba las trincheras de alambres y sacos de arena que había en el frente de su casa, en San Carlos, para llevarle comida a los “rebeldes” constitucionalistas, cuyo comando principal, dirigido por Francisco Alberto Caamaño, se encontraba en el edificio Copello.

Pero resulta que, de todos los edificios de la Zona Colonial, el Copello, en la calle El Conde, registra una de las historias más recordadas y codiciadas hoy día, porque fue uno de los lugares favoritos para esconder tesoros. Cuenta la leyenda que en el lugar, en una humilde casita, vivían a principios del siglo XX dos ancianas que se dedicaban a vender dulces y que nunca aceptaron vender el terreno pese a las muchas ofertas que recibían. Un día alguien tocó a la puerta y con voz amenazante les dijo que en el lugar había un tesoro escondido y que si no se iban sufrirían las consecuencias, por lo que tuvieron que abandonarla. Cuando años más tarde Leonidas Trujillo ordenó construir el edificio, los obreros encontraron botijas repletas de oro y huyeron con el botín, pero fueron localizados y ya se imaginan el final.

La historia reciente del edificio la confirma el escurridizo pero perspicaz “Mello”, un señor de 86 años que vive en la Arzobispo Portes al que Mirtha considera uno de los “historiadores” de la Zona Colonial. Aprovechando que el aguacero amainó, El Mello sale disparado del colmado al tiempo que alguien vocea “ése te puede decir lo del Copello” y él, olvidando que ya se sabía negado a hablar dos veces se devuelve y dice: “Ah, sí. Yo vi cuando sacaban las morocotas junto con la basura, cuando Trujillo mandó a construir ese edificio”, y se embala hacia su casa.

Otro “historiador” de la Zona, José Ramón Báez, que nació en el hospital Padre Billini en 1946 ñcuando aún era una clínica- y ha vivido en la zona desde entonces, no cree que haya fantasmas por los alrededores. “Hay gente que los han sentido pero nunca los han visto. Me han dicho que hay cosas que se caen de noche y que al otro día todo está igualito, pero no puedo dar testimonio de eso”.

Lo que sí recuerda es que, de pequeño, los mayores les metían miedo con una historia que aún duda: si a las nueve de la noche estaban en las calles, les saldría el padre sin cabeza que solía habitar en el Convento de los Dominicos. “Eso era, digo yo ahora, para que uno no saliera, pero siempre lo dudé”.

“Ramón no cree pero las sostiene, las defiende”, dice Mirtha. “Ahora ñsigue José Ramón-, donde sí encontraron una botija llena de oro fue cuando estaban haciendo el hotel Comercial, cuando desbarataron la casita vieja que había ahí”.

Una leyenda reciente y digna de investigación, dice Mirtha, es lo que ocurrió en una casa ubicada entre la Portes y la Macorís ñla Duarte de ahora-. “La estaban reparando hace unos años y aparecieron unos cadáveres; estaban enteros, llamé a Nuria y a la Policía, porque pensé que podían ser de las personas que desaparecieron en la era de Trujillo y en los doce años de Balaguer y a lo mejor podían identificarlas. Cuando averiguaron, Patrimonio dijo que esa parte de la ciudad había sido un cementerio”.

La historia de Juan Estanislao, comerciante de perfumes de La Zona, da hasta risa. Cuenta que vivía en una pensión en El Conde esquina 19 de Marzo en los años 2004-2005 y que una noche de brujas, a las 12:00 de la noche, su amigo “El Peje”, buhonero y medio supersticioso que también vivía allí, decidió buscar las monedas del edificio Copello. Advertido por otro amigo de que estas monedas estaban malditas y que si seguía la búsqueda el edificio se quemaría, “El peje” se olvidó del asunto, pero a los tres meses, cuando se le acabó el dinero mientras tomaba con unos amigos, se levantó borracho y dijo que él tenía dinero. Se fue hasta la habitación, martilló en la pared pero no encontró nada. “El Peje” -según Estanislao- dijo que algo lo tumbó, que entre sueños miró tres monedas de morocota y que algo lo tumbó. Cuando despertó estaba en una cama del hospital Padre Billini, con tres cheles en la mano, y ahí recibió la noticia de que su habitación había cogido fuego. Lo curioso de la historia de Estanislao es que el edificio de la 19 de Marzo con Conde no es el Copello.

Recorrido Referencias actuales sobre las leyendas de la ZCMuchas de las leyendas de la Zona Colonial forman parte del legado literario local. En el año 2005, en El Leoncito, la revista corporativa del Grupo León Jimenes, Miguel Piccini (texto) y Kilia Llano (ilustraciones) elaboraron “La ruta añeja”, en la que recrean las historias coloniales que aparecen en el libro “Cosas Añejas”, del escritor dominicano César Nicolás Penson. Aquí aparecen historias famosas como “La muerte del padre Canales”, “Las Vírgenes de Galindo”, “Los tres que echaron a Pedro entre el Pozo”, “Barriga Verde”, “Profanación”, “Bajo Cabello” y “El martirio por la honra”. El trabajo incluyó una guía práctica con los lugares donde ocurrieron los crímenes y pasiones de una de las obras maestras de la literatura dominicana. El objetivo de “La ruta añeja” es que turistas y residentes rastreen las tradiciones orales de historias ocurridas desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XIX visitando parte de los monumentos, calles y plazas mencionados por Penson.Noches de Leyenda Un año después, en 2006, el Museo de la Familia Dominicana iniciaba un proyecto que, con el título “Noches de leyenda”, buscaba recopilar y promover las historias coloniales y convertirlas en un atractivo cultural tanto para los residentes como para todos los citadinos. Lo hicieron de forma dramatizada el último martes de cada mes, durante un año. Recopiladas por la directora del Museo, Eva Camilo, con la colaboración de historiadores dominicanos y de los mismos residentes de la Zona Colonial, las leyendas fueron resumidas en un libro que está disponible en la sede del Museo ubicado en La Casa de Tostado, justo el lugar donde tuvo lugar una de las leyendas: “El Aljibe”.Aunque los jóvenes y recién mudados escuchan con cierta aprehensión estas historias, las juntas de vecinos e intelectuales de La Zona procuran mantener vivas estas tradiciones orales. Muestra de ello es la reunión que realizan el segundo viernes de diciembre de cada año en la Plaza Pellerano Castro residentes y ex residentes de la primera ciudad urbanizada del nuevo mundo en la que comparten y reviven sus mitos y antiguas glorias.

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