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DE CERCA

Regalos online… ¡Adiós a la emoción!

Nací en una generación en la que la envoltura del regalo era parte del regalo. De niña tengo hermosos recuerdos de la Navidad. La cena en familia, la música propia de la época, el olor a manzana y carne asada, el ponche, el intercambio con los vecinos… en fin, todas esas tradiciones que para nuestra bendición aún se conservan intactas, y las cuales he tratado de transmitir a mis hijos.

No recibía obsequios costosos, ni de moda, pero mis padres siempre se preocupaban porque mis hermanas y yo tuviéramos un juguete para celebrar el nacimiento del Niño Jesús, y a medida que fui creciendo aprendí a valorar el esfuerzo que hacían para complacernos en esta fecha especial.

Como todo ser humano disfruto dar y recibir regalos, y con el nacimiento de mi primer hijo comencé a experimentar una nueva sensación: la emoción de ver el brillo en sus ojos cuando destapaba un presente de Navidad. Sus manitas se apresuraban a romper el papel para descubrir la sorpresa, a veces no podía cargarlo, pero se tambaleaba con su regalo a cuestas hasta encontrar el equilibrio.

No podría explicar quién en ese momento era más feliz, si yo al verlo, o él al tener en las manos su esperado juguete.

Sin embargo, a pesar de la grata experiencia, siempre traté de no excederme en la cantidad de obsequios que le compraba. Conozco la importancia de poner límites al número de regalos que reciben mis hijos teniendo en cuenta lo que es necesario y prioritario. Un poco difícil en una época donde el bombardeo publicitario los pone a elegir sus propios obsequios. Darles a los niños todo lo que piden los hace propensos a convertirse en adultos inmaduros e insaciables, según sostienen los expertos de la conducta humana.

Pero los regalos no dejan de ser una de mis partes favoritas de la Navidad, así que con la llegada de mi segundo hijo, cuando el mayor ya se alejaba del interés por los juguetes, vi renacer otra vez en mí la magia de volver a ser niña y caminar por los pasillos de las tiendas en busca del regalo perfecto.

El tema es que la vida evoluciona y las cosas cambian. La tecnología, que tantas cosas ha sustituido, me ha arrebatado parte del encanto de la época. A diferencia de años anteriores, en la sala de la casa, el arbolito se ve vacío, ya no hay enormes cajas en su falda con autos a control remoto, ni aviones de baterías, o rompecabezas. La lista de regalos de Oliver, que solo tiene 11 años, es una relación de códigos de internet. Los juegos de video, que son sus favoritos, se adquieren y se reciben online… no llevan envoltura.

Algo siento que se ha ido, a esta generación no les emociona romper, llenos de adrenalina, el papel de la envoltura para encontrar su juguete, prefieren introducir una serie de números y símbolos en la computadora y descargar un ‘mundo nuevo’ para la consola de videojuegos.

En mi habitación ya no aparecen superhéroes en la cama, ni me tropiezo con los carros de una pista de carrera. No hay bicicletas en el patio, ni pelotas en la cancha, mis hijos prefieren los regalos virtuales.

Ya pasó el día de Navidad y me quedé con el deseo de ver la emoción de mis hijos al destapar sus regalos.

¡Hasta el lunes!

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