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CRÓNICA LIGERA

¡Dolor!

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ANA MERCY OTAÑEZSanto Domingo

He vivido desgarrantes momentos de dolor a lo largo de mi existencia y en decenas de ocasiones me he sentido derrotada y culpable de cada una de las situaciones que me han provocado constreñimiento en el alma y frio en el corazón. Con el tiempo he aprendido a encontrarles los “para que” a cada una de las experiencias por las que he tenido que pasar y hoy puedo ver los aportes de cada dolor físico o emocional que he vivido. Desde las caídas de mis propios pies, las que sufrí al practicar algún deporte o aquellas que fueron provocadas por mi forma de pensar o actuar, hasta los amargos dolores que provoca amarÖ ¡Los he sufrido todos! Crecí en la comodidad humilde de un hogar pueblerino bajo la protección maternal que con realidades palpables, me enseñó a valorar más los privilegios que las necesidades y esto me ayudó a desarrollarme en un adecuado ambiente, de forma dura entendí que todo ese amparo no nos blinda ante el dolor, único sentimiento que viaja con nosotros y que no tiene espacio en la planificación de los caminos que elegimos transitar. El dolor es una impresión de desprecio que nadie se atreve a desafiar, sino que es marginado en conversaciones y aceptación propia. Yo, admito que he tenido que afrontar de manera muy osada la realidad del mundo, la cual está muy relacionada al dolorÖ Aún recuerdo cuando probé el baile de las primeras maripositas en mi estómago y ahí advertí mis primeras notas de dolor por amor, y éste por su inocencia suele ser cruel y poco manejado, pues a veces poe el hecho de ser a escondidas se convierte en una emoción privada. Pero el dolor más desgarrador es el de perder un ser querido, lo palpé cuando vi partir a mi primogénita y aunque han pasado más de dos décadas es un dolor que vive en lo más profundo de mi ser y no hay forma en que desaparezca, aunque suele dormirseÖ Duras pruebas me han llevado a encontrar lo tangible en cada dolor, por lo que he trabajado en una hipótesis con la que he buscado de mil formas salvar el término dolor o sufrimiento por experiencias de crecimiento, que bien enfrentadas se convierten en columnas de nuestras vidas, No despreciemos el dolor, pues éste no llega a nuestras vidas sin una razón, llega como señal de que algo dentro y fuera de nosotros debe cambiar. No voy a recuperar a mi hija, porque nunca la he dejado ir, pero su fugaz permanencia en el mundo me hizo valorar, amar y respetar mucho más a mi mamá y qué decir de mis metas como madre y las responsabilidades que he asumido con mis hijos. En el plano amoroso hablar de la pareja puede provocar dolores irreparables, pero creo que muchas de las relaciones que no cuajan o finalizan es la forma que Dios tiene para decirnos que debemos ser agradecidos por lo que no fueÖ Y aunque en la mayoría de los casos tardamos en entenderlo al final el resultado suele llenarnos de satisfacción y la superación del dolor nos hace más fuertes. ¡Es hora de practicar la resiliencia! Nos leemos la próxima semana.

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