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DE CERCA

¿Dónde están mis niños?

A todas las madres nos ha pasado alguna vez: respiramos profundo, miramos al cielo y preguntamos al Creador: “¿Cuándo van a crecer?” No exagero, mal contadas he hecho esto en más de mil ocasiones. Mis hijos tienen una diferencia de edad de once años, por lo que he vivido paralelamente la ansiedad de dejar a Oliver por primera vez solo en un cumpleaños, y el temor de entregarle a Chris la llave de un vehículo para que salga manejando. He tenido que tratar al mismo tiempo temas tan disímiles como las relaciones sexuales y la importancia de una merienda saludable.

En este trayecto, como toda madre, he tenido que lidiar con situaciones de gran peso emocional. La presión de las tareas escolares, cada vez más enfocadas a los padres, situaciones de salud, actitudes propias de adolescentes, enfrentar nuevos retos laborales que te absorben tiempo y energía, planificar actividades familiares, en fin, toda una larga lista de “deberes” que tan solo recordarla me agota.

Pero para nuestra suerte nada es estático en la vida y todo va evolucionando. Aquellos días de cambios de pañales, largas horas de espera para ver el pediatra, y constantes pausas en el trabajo para “supervisar” las asignaciones escolares por teléfono se van simplificando.

Un día te das cuenta de que ya no necesitas llamar tanto a la casa porque si se presenta alguna necesidad son tus mismos hijos los que te informan, ayudan a hacer la lista de los pendientes del supermercado, recogen su habitación y hasta te dejan dormir largas horas los domingos porque son capaces de preparar su propio desayuno.

Pero es precisamente en ese momento en el que me he llenado de nostalgia. De repente llego a la casa y todo está en su lugar, solo me resta darles un beso para que vayan a descansar. Ya no hay disputas por dormir en mi cama, cada uno se ha hecho dueño de su espacio. No piden que les lea un cuento, pasan largas horas hablando por teléfono con sus amigos y planifican sus propios proyectos de vida. Trabajo, universidad, colegio, clases de música y deportes, cada día aprendiendo cosas nuevas que de alguna manera los preparan para cuando yo no esté. ¡Es lo justo, esa es la ley de la vida! Y cualquier domingo de agosto, me levanto en la mañana para descubrir que Chris va a pasar el día en casa de la novia, y Oliver está invitado al cumpleaños de un amigo, al cual, por supuesto, según las normas modernas, no van los padres. ¿Dónde quedaron aquellos días de locura? Aquellos en los que con una mano preparaba biberones y con la otra revisaba las tareas. Esos días de literal caos en los que pedía una jornada de 60 horas para poder cumplir con todo lo pendiente. Me reconforta saber que disfruté el momento, que los acurruqué en la cama cada domingo que podía, que fui cientos de veces el “dragón” que los buscaba en sus escondites, y que no reparé en tirarme a la piscina de pelotas de colores para divertirnos. Lección aprendida. Cuidado con lo que pides, Dios tiene maneras misteriosas de complacernos, al parecer, escucho mis ruegos y mis hijos han crecido. Ahora respiro profundo, miro al cielo, y pregunto ¿Dónde están mis niños? ¡Hasta el lunes!

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