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RINCÓN CULTURAL

Federíco García Lorca, invitado a nuestro "Rincón Cultural"

Dentro de las amplias características de su poesía, Federico García Lorca manejó como tópico fundamental la muerte. Según Salinas (2007): “La visión de la vida y de lo humano que en Lorca luce y se trasluce está fundada en la muerte.

Lorca siente la vida, por vía de la muerte” (p.1282). La muerte, tratada de diversas formas y muchas veces en el trasfondo del mensaje, está presente en la mayoría de sus poemas: “la atmosfera global de la poesía de García Lorca es todo un despliegue expresivo del cual emerge una especie de permanente canto poético de la muerte […] incluso en los instantes aparentemente más alegres y esperanzados, nace como canto esencial” (Uscatescu. 2001. p.38).

Así lo podemos vivenciar en el poema la “Muerte de Antoñito el Camborio” de su libro Romancero gitano. García Lorca trabajó el romance como modo de expresión. Esta forma poética tenía como base el narrar algún hecho y Lorca lo trajo a su contemporaneidad agregando el elemento lírico a su aspecto narrativo: “Yo quise fundir el romance narrativo con el lírico sin que perdieran ninguna calidad” (García Lorca, 1935, p.340). En este especifico romance la muerte es un hecho palpable que se brinda de manera explícita desde el título.

En la “Muerte de Antoñito el Camborio” el autor cuenta como el gitano es asesinado por sus cuatro primos. Tan desigual y doloroso enfrentamiento presenta que, a pesar de la valentía y agilidad de Antoñito, Lorca dice: “y tuvo que sucumbir” (vv.12), queriendo significar que no le quedaba otro remedio ante la injusticia. Tal y como el mismo autor ha explicado, en el poema se trabajan elementos liricos que rodean el tema y que permiten ahondar en sentimientos y dramatismos que agudizan el relato: “Voces de muerte sonaron / cerca del Guadalquivir” (vv.1 y 2). Desde los primeros versos se plantea un ambiente donde reinará la muerte y sus consecuencias, se despierta el sentido del oído con el llamado fúnebre de las voces que recorrieron la zona, en un intento del autor de hacer percibir el sentimiento fatídico con todos los sentidos del lector.

Otro de los momentos liricos del poema se muestra en los versos: “Cuando las estrellas clavan / rejones al agua gris” (vv. 13 y14). Las estrellas clavan sus espadas al agua. Esto se puede interpretar como un momento de dolor emitido desde el alto firmamento, en su reflejo, complicidad con dolor incluso desde la misma naturaleza. El agua, en vez de ser cristalina es gris, turbia, contraria a su simbología habitual que es la vida. Con igual manejo de lirismo y drama podemos anotar: “Ya mi talle se ha quebrado como caña de maíz” (vv. 39 y 40) simbolizando la muerte inminente que lo ha vencido. De igual manera la mención de los ángeles en los versos del 45 al 48 que aporta solemnidad mediante el aura divina que rodea a estos personajes.

En otros poemas de García Lorca, aunque no sea mencionada explícitamente la muerte representa un peso importante. Debemos recordar que el autor tenía como tópico obsesivo este tema, aunque lo resguardara detrás de otros tópicos tales como la melancolía, la suciedad o la falta de esperanza: “Desde el fondo de la muerte y la nada, que en el documento biográfico adquiere una dimensión obsesiva pero que en el desarrollo poético expresivo se difumina en la gran metáfora de la melancolía” (Uscatescu. 2001. p.38). Es el caso del poema “La aurora” del libro Poeta en Nueva York, poema de índole pictórica, que desea traer una imagen especifica al lector: el amanecer en una ciudad. Sin embargo, cuando nos adentramos en su significación y metapoesía advertimos un mundo decepcionante y fatídico.

Desde el inicio nos asalta el negativo y decepcionante tono inaugural que se perpetua a lo largo del poema, cuando expresa: “La aurora de Nueva York tiene / cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean las aguas podridas” (vv.1-4). La aurora llega opacada con cuatro columnas de lodo y una tormenta de pájaros negros. Esta es una visión que en conjunto simboliza un mal augurio, la llegada del día no evoca alegría, es todo lo contrario. En esos versos nuevamente hace referencia al significado opuesto del agua, el agua está dañada, mala, generando una contraposición entre su misión de vida y la muerte.

Este poema cargado de simbolismo surrealista aporta visiones interesantes dirigidas hacia la crítica implacable de la ciudad, de su arquitectura sin alma, de sus habitantes. La aurora, más que ignorada y bloqueada por la masiva arquitectura, es al parecer lo único en la ciudad que desea salir del letargo insomne, el poeta la humaniza proponiéndola interesada, por un momento, en la búsqueda de algo bello, aunque doloroso como la representación, que no necesariamente encontrará: “La aurora de Nueva York gime / por las inmensas escaleras / buscando entre las aristas / nardos de angustia dibujada” (vv. 5-8) La aurora, símbolo universal del renacer, representa en este poema la decepción cotidiana que brinda una ciudad centrada en el consumismo, la máquina y la agresividad, donde todos sus habitantes caminan sonámbulos para ejercer una labor mecánica. Son cadáveres (vivos que simbolizan la muerte) y solo el poeta lo presiente. “Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes, como recién salidas de un naufragio de sangre” (vv.19 y 20), concluye, entendiendo que cada ser que habita Nueva York, sale a diario, junto a la aurora, que es más bien una mala noticia. El habitante de la gran ciudad se desplaza desde un sufrimiento que se genera en el núcleo de cada hogar, hacia otro peor, el de la vida cotidiana sin sentido, formando parte de un siclo absurdo que representa el vivir por vivir, la no-vida, por lo tanto, la muerte.

Muerte de Antoñito el Camborio

Voces de muerte sonaron

cerca del Guadalquivir.

Voces antiguas que cercan

voz de clavel varonil.

Les clavó sobre las botas

mordiscos de jabalí.

En la lucha daba saltos

jabonados de delfín.

Bañó con sangre enemiga

su corbata carmesí,

pero eran cuatro puñales

y tuvo que sucumbir.

Cuando las estrellas clavan

rejones al agua gris,

cuando los erales sueñan

verónicas de alhelí,

voces de muerte sonaron

cerca del Guadalquivir.

(fragmento)

Federico García Lorca

La aurora

La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean en las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza

posible.

A veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus

huesos

que no habrá paraísos ni amores deshojados;

saben que van al cieno de números y leyes,

a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos

en impúdico reto de ciencia sin raíces.

Por los barrios hay gentes que vacilan

insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

Federico García Lorca