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FÁBULAS EN ALTA VOZ

Los humos en la cabeza

Hace unos días, presté atención a un documental sobre la vida artística de Luis Miguel. Desde mi óptica, un excelente artista más no un humilde ser humano. Con sus canciones puede conquistar al más exigente de sus fanáticos, pero con su pose de un gran dios, es capaz de lograr las más duras críticas. Vi cómo siendo un mortal común y corriente se creyó un ser superior, y cómo luego, su mundo se le desmoronó mostrándole la otra cara de la moneda. Observé cómo él creyendo que vivía en una ciudad fabulosa donde la fama ponía el universo a sus pies, hacía gala de una grandeza exterior que lo convertía en intocable. Lo vi corretear por el escenario como amo y señor, no de sus canciones, sino de todo el público que lo observaba. Sentía que lo tenía a sus pies, y lo peor, que sería para siempre. No imaginó que la ciudad fabulosa solo estaba en su mente, nunca en la de quienes le ayudaron a llegar a la cúspide. Esos siempre tenían claro que nada es para siempre, y que las facturas se pasan al final de cada compra, no mientras se esté comprando. El tiempo de pagar llegó, y caro que le salió. Muchos de los que obnubilados por sus melodías se dejaban conquistar, hoy son los que contribuyen a que sea él quien tenga su mente atormentada, pensando en cómo resurgir como el ave fénix. Ya no es un artista de multitudes, ya no es ese artista de exigencias y mucho menos, es un artista que puede jugar al escóndite. Hoy los humos que se le subieron a la cabeza le hacen recordar que es un simple mortal como usted y como yo. Y quiero que quede claro, no es una crítica ‘per se’, es un ejemplo que utilizo para hacer reflexionar a quienes se engradecen porque cuentan con el favor de un público, y se olvidan de que en la realidad, ellos también son el público de otros, y que más que todo, son seres humanos a quienes el Todopoderoso les da una oportunidad que no siempre saben aprovechar. Recordemos que los humos en la cabeza no siempre están porque haya una brasa encendida, a veces es porque ya se apagó y solo queda eso: el humo.

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